Ese sistema de organización de la sociedad conocido por democracia, en
el que los ciudadanos sin tener en cuenta su aportación individual al bienestar
general tienen el mismo derecho para
elegir a los gobernantes, podría ser eficaz.
Siempre que, por no necesitar los
gobernados al gobierno, estén libres del chantaje al que los políticos los
someten para recabar sus votos.
Y, si los ciudadanos electores no
necesitaran al gobierno para que resuelva sus necesidades personales, ¿qué
necesidad habría de gobiernos?
Un gobierno que no gobierne por
igual a los ciudadanos es aceptable solo para los que se beneficien de la
acción gubernamental que, como se fundamenta en favorecer a la mayoría en
perjuicio de la minoría, castiga sistemáticamente a los menos para premiar a
los más.
Es decir: cuando las injusticias
gubernamentales favorezcan a la mayoría de los votantes en perjuicio de los que
no los hayan votado.
Nada nuevo, la vieja consigna “do
ut des” (“dale al que te dé” o “favorece
al que te beneficie”) de la antigua Roma, eternizada diariamente.
¿Y por haber implantado un
sistema de gobierno tan antiguo como el de la vieja Roma se ufanaban los que
capitanearon aquella transición que consistió en perjudicar a los que antes se
habían beneficiado para beneficiar a los que desde entonces se favorecen?
Imitemos irremediablemente al
niño Cain del matrimonio de Adán con Eva, su segunda esposa después de que
Lilith se escapara a vivir la vida birlonga: si no cargarse a Abel, por lo
menos esconderle el mechero con el que encendía el fuego para sus sacrificios a
Dios.
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