Hasta en la
provecta edad en la que uno se cree que lo sabe todo se puede aprender lo que
hasta entonces ignoraba o, lo que es peor, estaba convencido de que algo era lo
que no era.
Por ejemplo,
eso que tanto se oye en televisión y radio: problemática.
Con toda la
buena fe, hasta hoy suponía que problemática era la díscola y rebelde de una
bandada de hermanas, todas menos ella dóciles y sumisas.
Nada más
lógico: la problemática era la que creaba conflictos y rencores en la apacible
hermandad.
Pues no señor,
nada que ver con la cabra loca.
Se quiere
englobar en la palabra problemática al conjunto de contratiempos y sus
derivados que convierten en anómala una situación normal.
Pero, además,
la suplantación del masculino problema por el femenino problemática responde a
la campaña judeomasónica orquestada para entronizar al género femenino después
de destronar al género masculino.
Como si no
tuviéramos claro el hecho incontestable de la superioridad de la mujer sobre el
hombre.
Fue Lilith, la
mujer hecha de barro como Adan, la que rompió aquel matrimonio urdido por Dios, para irse de pingos pardos a meterle
tachito al marido abandonado.
Tuvo el mismo
Dios que quitarle una costilla a Adan para, con esa materia prima como base,
fabricar a Eva, la segunda mujer del primer hombre que en ese segundo
matrimonio, se casó realmente con su costilla.
La “costilla”
que en el lenguaje chamberilero del Madrid zarzuelero era como el mocito de gorra
chulesca se refería a su prójima.
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