Sopla sobre el
estercolero que es España el hediondo tufo de la corrupción que todo lo
impregna, que todo lo pudre.
El sol que
nunca se ponía sobre alguna de las partes que era antiguamente España lo tapa
cada día sobre la nueva la nauseabunda nube de la corrupción, de las
corrupciones.
Hoy, éste
aciago 18 de Julio aniversario de aquel lejano en el que España empezó a
amanecer, otro pestilente tufo le roba el aliento a los españoles.
Y es que a Angel
María Villar, papa vitalicio de esa cofradía que como el futbol hermana a todos
los españoles, lo han trincado porque parece que se quedaba con lo que no era
suyo hasta que pasaba a su propiedad.
Para evitar
robos al patrimonio llamado público porque se supone que es de todos, la
solución dolorosa pero infalible ya se experimentó en España durante mucho pero
insuficiente tiempo.
Que toda
España, con sus rios y valles, sus fábricas y tierras labrantías, sus jardines
y sus verederos, tenga un solo propietario como en sus tiempos lo fue el
Caudillo.
Que sería todo
lo tirano que lo acusan ahora de haber sido, pero que no robaba.
Porque, ¿para
qué iba a robar una parte de lo que era suyo, si ya era dueño de todo?
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