martes, 6 de marzo de 2018

DE TONTOS Y DE LISTOS


Es evidente que no todos tenemos obligación de no ignorar nada  ni necesitamos saberlo todo.
Hasta servidor, que sabe más que Briján, y no por listo sino por viejo, ignora mucho más que lo que sabe.
Y es que no todo el que sepa freír un huevo, pongamos por caso, tiene que saber que son siete los kilómetros que separan mi pueblo de Peñaflor, un lugar que no se asienta precisamente sobre la colina pedregosa en la que una flor abre sus pétalos.
¿Y?
Pues que los hasta hace nada indómitos españoles se han empeñado en aplicar lo que llaman procedimientos democráticos para acordar lo que durante toda la vida lo habían resuelto a guantazos.
“Pero eso de ahora es mejor que aquello de antes, que era una barbaridad”, sentenciaría un irredento partidario del enjuague constitucional del 78.
Y tendría toda la razón porque, si mediante el acuerdo, la prevalencia de la mayoría democrática sobre las minorías y la aplicación de las leyes no según su justicia sino según el respaldo mayoritario  que las valide, los problemas de la gente no se resolverán.
Ni falta que hace.
Porque el objetivo de la democracia no es satisfacer las necesidades de la gente, sino garantizar que vale más la opinión de dos tontos que la de un listo.

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