Estamos estrenando ministros aunque,
por lo mucho que cuestan para lo poco que sirven, los antiguos bien podrían
haber aguantado un par de temporadas.
Tienen los ministros, como todo lo
que se fabrica en serie hoy en día, obsolescencia programada. Quiere decir que,
salvo que se caigan al suelo y se descacharren antes de lo previsto, a los
cuatro años hay que cambiarlos por unos nuevos.
--Pues mi tía Luisa tiene una batidora
de hace más de 30 años y funciona divinamente.
--Porque es de tiempos tan
antiguos que, como ni democracia había, los electrodomésticos duraban hasta se rompieran al caerse al suelo
y los ministros hasta que el que los nombró los cesara.
Y, aunque es cierto que la
obsolescencia programada estimula la renovación y el perfeccionamiento de los tostadores
de pan y de los ministros, no es menos cierto que aumenta el número de “ex” en
mayor proporción que el de los “aspirantes a”.
Debería prohibirse difundir el
número de españoles que viven de “haber sido algo” en política, para no
desincentivar a los que aspiran a “ser algo”.
Tan acuciante es el problema que un
“think tank” o laboratorio de ideas, en el que nos han reunido a las mentes más
preclaras del planeta, estamos haciendo horas extra para hallar una solución.
Ni a los ministros que hasta hace unos días
mandaron al desguace eran mejores que los que los antecedieron ni los que ahora ejercen el cargo son peores que los que los sucederán.
Entonces, ¿por qué los cambian?
Porque cuanto más se acelere la
movilidad social, más esperanzas de prosperar tendrán los desvalidos.
¿Qué quiere decir eso?
Pues que antiguamente había que
ser una eminencia para llegar a ministro mientras que ahora lo puede ser
cualquier pelagatos.
Es lo que tiene el igualitarismo
social. Importa tanto que todos sean felices como que sean desgraciados todos.
¿Jodidos pero contentos?
Contentos nunca porque siempre
alguien se sentirá más jodido que los otros.
¿Y felices?
Los afortunados que no piensen.
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