Desde siempre
se ha dado por sentado que las decisiones de los gobiernos, empresarios,
mercados y hasta el trazado de carreteras dependen de la presión que en el
proceso de su organización y ejecución hayan ejercido los grupos.
Por eso se le
da tanta importancia a los grupos de presión que, en realidad, son ni más ni
menos que bombas de agua controladas por un presostato.
Echando humo
dicen los observadores conspicuos que andan hoy las bombas de presión para que
el presidente no electo de esta democracia impopular, que es la española,
nombre los ministros encargados de distribuir los dineros para sobornar al
pueblo votante.
Al militante
socialista Pedro Sánchez no lo ha votado el pueblo para que sea presidente sino
una minoría relativa de la parte del pueblo que acudió a votar en las últimas
elecciones generales, en nombre del partido en el que el ahora presidente del
gobierno era un simple militante de base.
(¿Y un tío al
que el pueblo no ha elegido nos quiere convencer de que solo debe mandar el que
haya sido electo por el pueblo?
Que esa
aparente contradicción carece de importancia lo demuestra que el Sánchez no
electo por el pueblo tiene la autoridad delegada y los medios coercitivos
suficientes para obligar a que lo obedezcan hasta los que no lo votaron ni les dieron
ocasión de hacerlo.
Total, como a ese Franco que se murió el siglo pasado
y que parece que en espíritu sigue revoloteando por los altos y claros cielos
de España.
Eso. Un Franco
segundo o un Franco bis.
Y es que hay
quien dijo que. tan inútiles son las urnas electorales, que su fin más noble es
el de romperlas.
Pero eso si.
El que las rompa que pague lo que cueste reponer en su lugar una idéntica a la
rota.
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