La democracia,
esa entelequia evanescente que obliga al 49 por ciento del personal a hacer lo
que el 51 por ciento quiere que haga es una barbaridad: la gente suele cambiar
de gustos y de opinión de un día para otro y no cada cuatro años o el tiempo
entre unas elecciones y las siguientes.
La dictadura,
que teóricamente es lo contrario de la democracia aunque en el fondo son la
misma vaina, es un régimen mucho más conveniente porque el dictador nunca se
equivoca o, por lo menos, nadie se atreve a decirle que se ha equivocado.
¿Son tan sólidas
las convicciones de las personas y tan permanentes sus intereses que
siguen inalterados durante todo el tiempo que dure la tenencia del poder
por los electos en la última votación?
¿Qué votante
puede estar seguro de que la confianza en el candidato que eligió durará todo
el tiempo para el que le pidió su confianza?
Si al día
siguiente de haber haberle dado su voto a un candidato se percatara de que se
equivocó, ¿estará obligado a soportarlo todo el tiempo que dure el mandato?
Para ratificar o
cambiar el apoyo que se dio al candidato debería ser consultado el elector cada
mes, cada semana, cada día o cada cinco minutos.
(Un primo mío,
que es miope, creyó que era una nube baja el camión que lo arrolló y en el
mismo error puede caer el votante que se fíe del candidato que dice que es
honrado y, una vez electo, lo pillan robando gallinas).
(Los avances
informático-tecnológicos permitirían que cada elector expresara su preferencia cada
día, hora y hasta minuto, y desde la mesa de un restaurante, la cama de su hogar,
la grada de un campo de fútbol o desde el cálido lecho en una mancebía)
Los únicos
perjudicados por la agilización informático.-telefónica de las elecciones
serían las empresas de sondeo de opinión, a las que los partidos hacen ricas
elaborando encuestas favorables al candidato que las encargue.
Podrían, desde
luego, enfocar sus actuales tareas de previsión a las de prospección, en las
que hicieran un seguimiento exhaustivo de las actividades, hechos y dichos de
todos los recién nacidos para, con el aparataje informático ad hoc, proyectar
sus potencialidades futuras tanto en el
negocio de la política como en el de la venta de papelinas de limadura de
talco, jurando o prometiendo que el polvo es coca.
Se sabría así
(lo sabrían los que pagaran el gasto de la prospección), quien y cuando va a
gobernar alguien, quien será torero de postín o delantero centro del Real
Madrid y hasta a quien y a cuantos les van a gustar en una fecha determinada
las papas fritas con huevos.
Ya no habrá
sorpresas en los pronósticos del resultado de los partidos de fútbol ni en el
nombre del que, en un momento predeterminado, estampe su firma en el boletín
oficial del estado para que lo que haya firmado sea ley y norma: norma de ley.
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