Si todos los que se dedican a opinar
coinciden, malo.
Como el olor a
chamusquina que esparcía la borla del gorro de dormir del tio Frasquito de
Pequeñeces, indica que algo se está quemando.
Pues el partido
popular, que anda éstos días buscando pastor que guíe a sus ovejas al matadero
o al abrevadero, apesta a chamusquina.
Y todo por la
envuelta que quieren ponerle al regalo electoral del día cada vez más lejano en
que, el que ahora gobierna sin haber ganado las elecciones, se decida a
convocarlas.
Como parece que
un achichincle de los mero-mero del Partido Popular puede ganar a la que
vicemandaba el tinglado, de lo que se trata es de asustar a los que caigan en
la tentación de votarlo.
La improbable
conveniencia de que en el ejercicio del poder haya alternancia se proclama como
punto positivo de la democracia, ese sistema que consiste en que el que mejor
sepa freir espárragos vale tanto como el que mejor sepa quemarlos.
Y la clave para
timonear éste tinglado montado para sustituir al que terminó en 1975 es huir
como de un toro enfurecido de lo que había antes de ahora: el franconismo o
franconato, al que prestó su nombre el General Franco.
¿Qué necesitan
ahora los españoles? Lo que no tenían hasta 1975.
¿Qué les falta
ahora a los españoles? Lo que hasta 1975 tenían.
Por eso a la cutre manía del ahorro la ha
sucedido el jubiloso despilfarro del gasto, a la modestia en el vestir la ha
sucedido la descarada vistosidad del desnudo y, en la manera de organizar la
administración de lo común, los que aportan son cada vez menos que los que
detraen.
Es mucho más
alegre gastar que ahorrar y ésta España de ahora es mucho más vistosa (“gay” en
ingles) que la asotanada de antes.
¿Estamos
entonces ahora con la democracia mejor que antes con Franco?
El estado de
ánimo, que va de la alegría a la tristeza, es personal e intransferible.
Solo hay
momentos contados en los que la segunda se sobrepone a la primera: cuando, como
dice la copla, “yo no tengo más remedio/que agachar la cabecita/ y decir que lo
blanco es negro”.
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