Lo dijo
Calderón de la Barca, y no hay más que añadir: “afortunado el hombre que tiene
tiempo para esperar”.
Y uno, que
lleva 75 años esperando sin saber qué, ha llegado a la conclusión de que gastarlo
sin provecho material es lo más acertado que el hombre puede hacer con su
tiempo.
Por ejemplo, viendo
la televisión, desde la que el PODER nos orienta para que pensemos como el Poder consigue que todos
pensemos.
¿Que a qué
viene tanta pavada?
A que ahora
empleo mi tiempo perdiéndolo en ver los capítulos de la temporada siete de
Homeland, esa serie televisiva norteamericana que tan real parece a los que no
conocen ni han conocido la realidad de lo que la serie relata.
Uno de los
protagonistas, el que encarna Saul Berenson, personaje de edad madura, rechoncho
y abusivamente activo para los años que representa, se gana las habichuelas
como Consejero de Seguridad Nacional de la Presidenta, que al principio de la
temporada parecía mala y a mitad de temporada parece buena.
El personaje de
Berenson aconseja sabiamente a la presidenta poco antes o después de repartir
guantazos y esquivar balazos.
Hasta en su
aspecto me recuerda a un ciudadano que me adelantaba o al que yo adelantaba muchos
días cuando, después de aparcar ambos en los aledaños de la Elipse desde la que
se contempla la parte sur de la Casa Blanca, caminábamos hacia la residencia presidencial.
Era el
consejero de seguridad nacional, Henry Kissinger.
Después lo hizo
Nixon secretario de Estado y, a partir de entonces y cuando acudía a la
residencia presidencial, entraba por la puerta que da a la avenida de Pennsylvania.
No digo que no
hubiera sido capaz de repartir los guantazos que reparte el personaje que en la
serie Homeland desempeña el cargo que en aquel tiempo ocupó Kissinger.
Pero, según se
rumoreaba, era más galante que valiente, más discreto que bullanguero.
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