Perdonen por el
incomodo pero ésta España, si no es el coño de la Bernarda, es una mierda.
Con título
oficial y válido gracias a la póliza de tres pesetas que lo certifica, pero una
caca.
Y no solo por lo del tío ese que
manda a traición en el gobierno, el tal Sanchez, sino porque a todos los que
vivimos en España nos compele (obligar
a una persona por la fuerza o con el poder de la autoridad a que haga una cosa
en contra de su voluntad) a ser como no somos.
Los que mandan, que se supone que saben
más que los que obedecemos, deben demostrarlo y, nada evidencia más su
superioridad intelectual que un título académico que certifique su maestría, un
máster.
La gente no tiene necesidad de aprender
para saber: con un título oficial que certifique su maestría le sobra y le
basta.
Así que los más listos deciden que, si
lo que importa es que un título garantice que sabes mucho de algo, ¿para qué
esforzarse en aprenderlo?
Con el título que acredite que sabes lo
que ignoras se consigue que la gente crea lo que no es: que el titular del
título sabe tanto no porque lo sepa, sino porque lo dice el título que haya
presentado.
El nieto Juan del amigo que mejor
conozco ha regresado a España después de tres cursos en un colegio de Dublin en
el que su jefe de estudios creía que era irlandés de nacimiento y residencia,
desde la infancia.
Al volver a Madrid y demostrar su
perfecto bilingüismo con los responsables del centro español, le exigen
presentar un certificado que a sus padres les costará unos cientos de euros.
¿Quien habla ingles? ¿El que usa
indistintamente el ingles o el español como lengua de comunicación?
No. El titular de un certificado de que habla inglés, y que se obtiene pagando una pasta gansa.
¿Catetos?
No.¡Tunantes!
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