Lo he
recordado mientras enseñaban esta tarde en la Television a alborotadores que, en
una de las calles céntricas de Barcelona, tiraban todo lo que pudiera hacer daño
al que sufriera su impacto.
Los agentes de
policía evitaban a duras penas convertirse en víctimas del furor de los coléricos
agresores.
Y fue entonces
cuando mi memoria reprodujo una vivencia de allá por 1971.
Dormía
plácidamente en mi apartamento de Washington D.C. cuando una vecina me alertó de que estaba en
peligro mi coche.
Cuando
bajé, desde el dintel del edificio en Georgetown, vi como a la izquierda
avanzaban los blindados de la guardia nacional que embestían y echaban fuera de
la calzada los coches de particulares que los manifestantes habían colocado
para obstruir el paso de los acorazados.
Pedí
al guardia que montaba guardia en el dintel de mi edificio que me acompañara y
lo hizo.
Allí,
en aquellas circunstancias y en aquellos tiempos, supe lo que era la democracia.
Y no tenía nada que ver con la que por aquí padecemos.
Lo
de aquí y ahora, y perdónenme por la leperada, es un puro cachondeo.
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