No hay nada
nuevo sin que previamente desaparezca lo viejo.
Todo lo demás es
segunda parte que continua o contradice la primera.
Díganme, si no,
cómo se explican esto que ahora está pasando y que, en el fondo, es revisión o reedición
de lo que antes había pasado.
La polar, decían
los legendarios falangistas que hacían guardia sobre los luceros, es lo que
importa.
Traducido a prosa
prosaica y chulesca, es como eso de que “el que buen carajo tiene, seguro va y
seguro viene”.
Aquí, en ésta España exangüe que antes
sumaba naciones a su territorio y ahora resta naciones de su territorio, es más
reconfortante soñar con un pasado turbulento que imaginar un futuro tenebroso.
Se inventaron una historia los españoles acomodada a sus deseos: la de
un pueblo generoso que, impulsado por su destino de salvar las almas de sus
semejantes forasteros, con la fe les regalaron de propina lengua, cultura e integración
en un mundo que les era ajeno.
Cuando tiempo después lamentaron que les
hubieran llevado lo que no les habían pedido, algunos habrían preferido que los
españoles no les hubieran cambiado su anterior forma salvaje de vida.
Ahora, despues de que los pueblos extraños a
los que los españoles estén camino de vuelta a su previa vida desventurada,
hasta los propios españoles echan con nostalgia la vista atrás.
No se sabe si lo conseguirán, pero se han
empeñado en que antes de que unos tales reyes católicos se empeñaran en que todos
vivieran juntos, la vida natural de los españoles era más natural: sabían que
su peor enemigo es su vecino más cercano.
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