En éste negocio de los chanchullos que lían los políticos para
llevarse dinero del que administran (o para que se lo lleven los que a ellos
les de la gana), la solución es tan simple que hasta a un tonto como el que
suscribe se le ocurre:
--Ni un duro a nadie.
Pero, entonces,
llega el que dice que hay que ver, que no se puede ser tan tajante, que cada
caso es una cosa y demás.
Y el dictador, en
un raro caso de transigencia posiblemente enfermiza, dicta:
--“Vale”, admite.
-- “Pero la
subvención será a posteriori, nunca a priori”, gruñe.
Y como el que
espera llevarse lo que pide mantiene esperanzas de pringarse, le suplica con
sonrisa forzada y ojos llorosos:
--¿Puede explicarse
mi sabio amo para que lo comprenda su necio esclavo?
--“Pues que”—le explica
con cara de funeral—“ podría rebajarte parte del pago de los impuestos que te
corresponda pagar, una vez tengas el changarro funcionando”.
“--Pero darte una millonada a cuenta de lo que produzca la
fábrica que dices que vas a montar con el dinero en efectivo que el Estado te
adelante, ni hablar”.
--Pues vaya...
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