Uno, al que la experiencia le ha demostrado que ni de uno
mismo debe fiarse, es muy suyo.
Tanto que de los
que menos se fía es de los políticos, esos tunantes que se empeñan en hacer por
ti lo que cada uno debería hacer por sí mismo.
Si prometen hacer lo
que yo debería hacer, ¿por qué no van a acabar decidiendo lo que yo debería
decidir?
En esa suplantación
de roles entre el que elige y el electo es inevitable que el segundo induzca al
primero para que sea el que aspira a ser electo el que inspire al elector lo
que le conviene querer.
Es una martingala
ingeniosa para conseguir mediante la marrullería lo que es más difícil lograr a
pecho descubierto: que el otro haga lo que a uno le conviene.
Y, como el objetivo
funcional del ser humano es someter a otros seres humanos, la politica es una
hedionda, artera y vil manera de los menos para someter a los más.
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