Los afortunados que
gustosamente nos contagiamos de México tenemos una ventaja decisiva sobre los
que no pudieron, no supieron o no quisieron inocularse su sabiduría.
Un suponer: los que
en ésta España se escandalizan de que los servidores públicos roben, cambiarían
de opinión si ascendieran a la categoría de servidor público.
Sentirían la angustia
interior del que se resiste a caer en la tentación de hacer suyo lo que todavía
no lo es.
Alvaro “El Manco” Obregón, revolucionario por convicción y después de profesión,
que cuando no fue presidente lucho por serlo o por volverlo a ser, alertó sobre
el tenue hilo del que pende la inocencia: --“No hay quien resista un cañonazo
de 50.000 pesos”, admitió.
Y es que, aunque parezca increible, un llamado servidor público da
preferencia a sus propias necesidades y caprichos sobre las de los demás, porque sus necesidades y caprichos son las que
mejor conoce.
Todo este introito no es más que un
pretexto para hablar sobre la manía de que un político español debe ser honrado
y no aprovecharse para meter en su
corral las cabras que se encuentre sin dueño (o que el dueño esté distraído y
no vigile).
Es para que aprendan lo que todavía no saben sobre los métodos de expropiación
conocidos por robo, por lo que se recomienda a todos los políticos españoles que
emigren a México.
Allí, mientras pierden un brazo de un cañonazo y se proclamen presidentes,
pueden poner una abarrotería, un hotel de paso o una tienda de muebles.
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