Nos
han metido en un lío: con lo bien que nos fue obedeciendo al que mandaba
porque nos castigaba si no lo hiciéramos, nos dijeron que nosotros mismos
deberíamos decidir quien nos mande.
Se formó el lío que
cada vez se enreda más: engatusados con eso de que todos somos capaces de
mandar, ni los más tontos se resignan a seguir siéndolo porque todos son tan
iguales para obedecer como para mandar.
Nos engañaron a los
que estábamos destinados a obedecer: nos convencieron de que todos somos
iguales y, ya engatusados por esa aberración, todos quisimos ser el que manda y
ninguno el que obedece.
Se cargaron
siglos de sabiduría popular, resumida en el axioma (verdad que no precisa ser
demostrada) de que "el que buen carajo tiene, seguro va y seguro
viene".
Los observadores, que
son esos individuos que miran con tanta atención que parecen mochuelos porque
ni parpadean, apuntan que es propio en la naturaleza humana que el que manda
considere enemigo al que se atreva a poner en duda su capacidad de mandar.
-- ¿Y qué se puede hacer?
--Pues lo que se ha hecho en
ocasiones parecidas desde que el primer descontento por obedecer se libró del
que mandaba: cargárselo.
--Pero matar es un
crimen.
--Cargárselo no
solo quiere decir matarlo, aunque tampoco habría que descartarlo. Para cargarse
al que mande basta quitarle el poder y obligarlo a obedecer-
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