lunes, 28 de mayo de 2012
UN PRESIDENTE DE BANCO QUE NI DE CAJERO DEBIERON CONTRATAR
Si un banco le paga a su Presidente cien veces más que a uno de los cajeros a sus órdenes, será porque el primero es cien veces más listo que el segundo y porque el error de un cajero merece una penalización cien veces más leve que la del Presidente.
Así debería ser, pero no es así.
Conozco de vista al cajero de una sucursal al que le faltaban media docena de miles de euros al hacer arqueo. Lo expedientaron, lo expulsaron y estuvo en un tris de acabar en la cárcel.
Conozco de oídas al presidente de un banco al que, en un primer arqueo, le dijeron que había 23.500 millones de euros (sus retribuciones anuales multiplicadas por mil) menos de los que debería haber.
El hombre presentó su dimisión, se la aceptaron y nadie puso en duda la honestidad que se le suponía cuando se le encargó la gestión del banco ni su idoneidad para dirigir la empresa, tasada en cien veces más que la del cajero.
Hay un par de preguntas que es obligatorio preguntar:
1.-¿De estaba capacitado para lo que lo contrataron, y por lo que pidió y obtuvo 2.300.000 euros anuales?
2.- Si era tan listo como lo valoraron al contratarlo, ¿cómo puede ignorar el paradero de los 23.500 millones evaporados?
Conclusiones:
1.-Si era tan listo como se decía, tiene que saber donde están los millones perdidos.
2.-Si no era tan listo, debería haber rechazado el cargo y el dineral que pidió y que le pagaron.
¿Presidente, ganado 2.300.000 euros al año? Ni siquiera para cajeros por 23.000 al año deberían haberlo contratado.
domingo, 27 de mayo de 2012
ESTADO DEL BIENESTAR Y OTROS DINOSAURIOS
Si los antiguos se hubieran gastado en evitar su extinción la mitad de lo que cuesta prolongar la agonía del Estado del Bienestar, habría en el mundo más dinosaurios que enchufados políticos.
Ya no quedan dinosaurios más que en el cine, mientras que a los pesebres de los partidos políticos acuden cada vez más comensales.
Uno de los misterios sin resolver es por qué desaparecieron los dinosaurios, que algunos achacan al aumento de carbono y la disminución de oxígeno en la atmósfera por el choque de un meteorito, y otros a una alteración de la fuerza de gravedad del planeta.
La causa de que murieran animales tan decorativos fue el inoportuno momento en que el fenómeno fatal ocurrió: antes de que se inventara el Estado como herramienta para evitar lo inevitable.
Fue mala suerte que los humanos contemporáneos del meteorito no hubieran tenido la precaución de inventar el estado, primera fase del estado del bienestar.
Como eran tan torpes, los humanos del tiempo de los dinosaurios tenían que trabajar para comer porque todavía no les habían asegurado el derecho de todos, trabajen o no, a la alimentación, la salud, la educación y la vivienda.
El estado de bienestar fue un logro gradual : empezó cuando un antiguo menos tonto que sus coetáneos inventó una amenaza que requería sacrificios de todos los supuestos amenazados para hacerle frente.
Desde entonces, y en vista de lo rentable que resultó a los organizadores de la fuerza disuasoria el invento de la amenaza, la humanidad siempre ha vivido bajo algún peligro, que un estado cada vez más entrometido cobra por evitar.
Si los antiguos no hubieran asumido la desaparición de los dinosaurios porque el cambio ambiental impedía su supervivencia, se hubieran arruinado para mantenerlos vivos.
Es lo que están haciendo ahora los humanos modernos:
Se gastan un dineral en mantener a duras penas en libertad protegida a los linces ibéricos, condenados a desaparecer desde que la mixomatosis acabó con el noventa por ciento de la población de conejos y la agricultura los privó del monte bajo en que se escondían.
Los modernos han inventado el estado del bieinestar, que se basa en que cada vez más paniaguados políticos se repartan con un creciente número de beneficiados lo que arrancan a un número cada vez menor de contribuyentes.
Los bancos que requieran para sobrevivir ayudas ocho veces superiores a las del su valor en bolsa o el propio Estado, que gasta anualmente el diez por ciento más de lo que obtiene arruinando con impuestos a los contribuyentes, son tan anacrónicos como dinosaurios del Jurásico todavía con vida en el cuaternario.
La desaparición del estado del bienestar, de los bancos ruinosos y de los linces ibéricos sería, como la de los dinosaurios hace 65 millones de años, un síntoma saludable de la constante evolución, garantía de supervivencia del planeta y de sus habitantes.
viernes, 4 de mayo de 2012
POLITICOS Y VOTANTES. PARASITOS Y PARASITADOS
Para ganar las elecciones y llegar desde la oposición al gobierno, el Partido Popular se hizo pasar ante los electores como justiciero vengador del desbarajuste económico provocado por lo socialistas, del que habían sido víctimas todos los ciudadanos.
Cuatro meses más tarde, el gobierno del partido popular carga a las víctimas el pago de las deudas del desbarajuste y limita el castigo de los culpables al que los electores les impusieron con sus votos.
En definitiva, los políticos profesionales del Partido Popular han castigado a los políticos profesionales del Partido Socialista quedándose con los cargos y enchufes que los electores les quitaron.
A las víctimas del desbarajuste económico socialista—los ciudadanos—les toca pagar con sus impuestos la disputa entre ladrones y policías o policías y ladrones, que es el papel que en la política española se reparten alternativamente socialistas y populares.
Y no hay por qué extrañarse porque hay tan poca diferencia entre un político profesional del Partido Popular y otro del Partido Socialista, como la que separa a un votante anónimo del PP de otro igualmente desconocido del Psoe.
Es una inexactitud manifiesta de sociólogos encuesteros que los españoles se dividan en partes casi iguales entre populares y socialistas.
Si de lo que se trata es de separar nítidamente en dos grupos bien definidos a la población del país, hágase: una masa mayoritaria que ejerce su privilegio de votar y un selecto grupo de notables que se beneficia de las prebendas de esos votos.
Las imperceptibles diferencias de pelaje de los del primer grupo les importan poco a los del segundo: socialistas y populares son igualmente apetecibles como huéspedes parasitables tanto para los parásitos del Partido Socialista como para los del Partido Popular.
jueves, 3 de mayo de 2012
¿Para qué sirve el Consejo de Estado?
Las carreteras sirven para que las personas o las mercancías vayan de un sitio a otro, trasladadas en vehículos.
Las universidades y escuelas sirven para que unos señores de más edad, llamados profesores, despierten la curiosidad por aprender y guíen el proceso de aprendizaje de otros de menos edad, conocidos por alumnos.
Los hospitales y ambulatorios son instalaciones en las que expertos en preservar y restablecer la salud, conocidos por médicos y enfermeros, auscultan, diagnostican y curan a ciudadanos con enfermedades o traumas que acuden para que los cuiden, y que se conocen por pacientes.
El Consejo de Estado, que se define como órgano consultivo del gobierno, es algo que no se sabe muy bien para qué sirve, aparte de para que el presidente y sus 31 consejeros cobren retribuciones superiores a 140.000 euros anuales.
Esos, y otros servicios públicos, los subvenciona el estado con impuestos que hace pagar a los contribuyentes.
El consejo de estado, lo mismo que las carreteras, las universidades y los hospitales, se sostienen gracias a los impuestos que el estado obliga a pagar a los contribuyentes.
Así ha sido, por lo menos, hasta que la quiebra virtual de la economía española--no se sabe si porque el gobierno siguió al pié de la letra o porque rechazó las recomendaciones del consejo de estado—lo ha hecho recurrir a una financiación complementaria.
En sanidad, educación y transporte por carreteras, el gobierno ha decidido que, además de los impuestos que seguirá cobrando a todos los contribuyentes, usen o no usen esos servicios públicos, sus usuarios tendrán que pagar cantidades adicionales cada vez que los utilicen.
Inventos de coste ruinoso y dudosa utilidad como el consejo de estado—el Senado, los Parlamentos autonómicos, los órganos reguladores, El Consejo general del Poder Judicial, los sindicatos, las asociaciones patronales, las diputaciones provinciales, los infinitos consejos asesores—solo sirven como segunda trinchera a la que puedan retirarse políticos derrotados en primera línea.
Los pagos adicionales por el uso de las carreteras, escuelas y hospitales, ¿me da su palabra (para lo que vale) el gobierno que se destinará a eso, o irá a parar a los ciento y la madre de consejos de estado, de este Estado ruinoso?
lunes, 16 de abril de 2012
RECIPROCIDAD SOCIAL
Negarse a trabajar para no perder el trabajo era algo que, con huelga general o sin ella, Ramón Pichaymedia no entendía.
--Es que una ley del gobierno—los aleccionó El Ditero-- va a permitir que los empresarios despidan a más trabajadores por menos dinero.
Tampoco comprendía Ramón que los sindicatos hicieran pagar a los empresarios los daños que temían por una ley que no habían impulsado las organizaciones patronales, sino el gobierno.
Como cada vez que agotaban sus habilidades dialécticas sin consensuar las discrepancias, pidieron a Salomón Cabeza Sagaz que arbitrara en sus diferencias y los iluminara con su sabiduría.
Y accedió Alfonso Décimo, como apodaban algunos envidiosos a Salomón.
--Los conflictos entre empresarios y trabajadores,-- pontificó después de apurar el contenido de su copa de manzanilla—los origina la ley que regula sus relaciones, porque no se basa en la reciprocidad.
--¿Y eso qué es?—preguntaron simultáneamente El Ditero y Ramón, coincidiendo por una vez.
--No hablo del salario pactado como compensación por un servicio convenido, sino de la reciprocidad como eje inspirador del intercambio de habilidades entre individuos aparentemente antagónicos pero cuya complementación es indispensable para que los dos consigan lo que necesitan.
Se miraron asombrados Ramón y El Ditero.
--Dinos—dijo el segundo—un suponer, para que nos enteremos.
--Por ejemplo—accedió Salomón—la mujer y el hombre.
--O la tuerca—corroboró Ramón Pichaymedia—y el tornillo.
--La falta de reciprocidad entre obreros y empresarios la demuestra—añadió Alfonso Décimo cuando comprobó que los ejemplos concretos habían hecho comprender su teoría conceptual-- que los primeros tienen derecho a la huelga y a los segundos les niegan el derecho a cerrar sus empresas.
Se enzarzaron los contertulios de Salomón en una discusión sobre la obligación de la sociedad de proteger al débil frente al poderoso, a la que Alfonso Décimo asistió impasible hasta que solicitaron nuevamente su arbitraje.
--Todos--terció Alfonso Décimo--somos iguales ante la ley y su aplicación es igual para pobres y ricos. Parece lógico que, si reconoce a los primeros el derecho a negarse a trabajar, debería reconocer a los segundos el derecho a parar las máquinas que les pertenecen.
Antonio El Ditero, escurrido de carnes, asumía instintivamente y por simpatía las demandas de los desfavorecidos.
--Es que la ley reconoce el derecho a la huelga, pero no al cierre patronal.
Ramón “Pichaymedia”, con la audacia de su corpulencia, planteó:
--El mismo derecho del que se niega a trabajar conmigo cuando no quiera hacerlo debería tener yo de negarle trabajar conmigo cuando yo no quiera que lo haga.
--Qué barbaridad,-- repetía El Ditero,--una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
--Y cien pesetas—completó la idea Ramón—son veinte duros.
Salomón mientras sacaba un billete para pagar la convidada, concluyó:
--Y esos son solamente alguno de los inconvenientes de la falta de reciprocidad en la ley de relaciones laborales, culpable de tantos conflictos. Por ejemplo, si un empresario paga menos de lo acordado en el convenio colectivo a sus obreros o los obliga a trabajar más tiempo del convenido, los sindicatos protestan.
Pero si el empresario paga más a sus asalariados o les hace trabajar menos tiempo de lo acordado en el convenio, no protestan sus colegas de la patronal.
--Es que una ley del gobierno—los aleccionó El Ditero-- va a permitir que los empresarios despidan a más trabajadores por menos dinero.
Tampoco comprendía Ramón que los sindicatos hicieran pagar a los empresarios los daños que temían por una ley que no habían impulsado las organizaciones patronales, sino el gobierno.
Como cada vez que agotaban sus habilidades dialécticas sin consensuar las discrepancias, pidieron a Salomón Cabeza Sagaz que arbitrara en sus diferencias y los iluminara con su sabiduría.
Y accedió Alfonso Décimo, como apodaban algunos envidiosos a Salomón.
--Los conflictos entre empresarios y trabajadores,-- pontificó después de apurar el contenido de su copa de manzanilla—los origina la ley que regula sus relaciones, porque no se basa en la reciprocidad.
--¿Y eso qué es?—preguntaron simultáneamente El Ditero y Ramón, coincidiendo por una vez.
--No hablo del salario pactado como compensación por un servicio convenido, sino de la reciprocidad como eje inspirador del intercambio de habilidades entre individuos aparentemente antagónicos pero cuya complementación es indispensable para que los dos consigan lo que necesitan.
Se miraron asombrados Ramón y El Ditero.
--Dinos—dijo el segundo—un suponer, para que nos enteremos.
--Por ejemplo—accedió Salomón—la mujer y el hombre.
--O la tuerca—corroboró Ramón Pichaymedia—y el tornillo.
--La falta de reciprocidad entre obreros y empresarios la demuestra—añadió Alfonso Décimo cuando comprobó que los ejemplos concretos habían hecho comprender su teoría conceptual-- que los primeros tienen derecho a la huelga y a los segundos les niegan el derecho a cerrar sus empresas.
Se enzarzaron los contertulios de Salomón en una discusión sobre la obligación de la sociedad de proteger al débil frente al poderoso, a la que Alfonso Décimo asistió impasible hasta que solicitaron nuevamente su arbitraje.
--Todos--terció Alfonso Décimo--somos iguales ante la ley y su aplicación es igual para pobres y ricos. Parece lógico que, si reconoce a los primeros el derecho a negarse a trabajar, debería reconocer a los segundos el derecho a parar las máquinas que les pertenecen.
Antonio El Ditero, escurrido de carnes, asumía instintivamente y por simpatía las demandas de los desfavorecidos.
--Es que la ley reconoce el derecho a la huelga, pero no al cierre patronal.
Ramón “Pichaymedia”, con la audacia de su corpulencia, planteó:
--El mismo derecho del que se niega a trabajar conmigo cuando no quiera hacerlo debería tener yo de negarle trabajar conmigo cuando yo no quiera que lo haga.
--Qué barbaridad,-- repetía El Ditero,--una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
--Y cien pesetas—completó la idea Ramón—son veinte duros.
Salomón mientras sacaba un billete para pagar la convidada, concluyó:
--Y esos son solamente alguno de los inconvenientes de la falta de reciprocidad en la ley de relaciones laborales, culpable de tantos conflictos. Por ejemplo, si un empresario paga menos de lo acordado en el convenio colectivo a sus obreros o los obliga a trabajar más tiempo del convenido, los sindicatos protestan.
Pero si el empresario paga más a sus asalariados o les hace trabajar menos tiempo de lo acordado en el convenio, no protestan sus colegas de la patronal.
miércoles, 28 de marzo de 2012
ANDALUCIA: DERROTA PROVECHOSA Y TRIUNFO ESTERIL
El miedo a los inconvenientes de la austeridad Influyó más en el voto de los andaluces que su disposición a limitar los abusos de la corrupción.
Las elecciones autonómicas del 25 de marzo confirmaron que el Partido Socialista sabe usar el sistema para controlar el poder político, y que el Partido Popular sigue ignorándolo.
Para los socialistas, ganar las elecciones no es un objetivo en sí mismo, sino la herramienta para conseguir y conservar el poder.
Se supone que gana las elecciones el partido capaz de convencer a los votantes de que sus propuestas son las más adecuadas para resolver los problemas de que la sociedad se queja.
Pero han aprendido los socialistas que persuadir a los electores de que el suyo es el programa más adecuado es tan rentable como hacerlos dudar de la idoneidad de las propuestas del adversario, acusándolo de ocultar sus verdaderos propósitos hasta que gane las elecciones.
El Partido Popular, que limitó sus propuestas a combatir las manifestaciones de la corrupción generada por el régimen socialista, no sugirió que renunciaría a la tutela de la sociedad civil para eliminar la corrupción.
El Partido Popular se comprometió a acabar con el derroche de fondos públicos y con la generalizada sensación de malversación en la administración regional.
Pero no ofreció otra herramienta para cumplir su propósito que la promesa de honestidad personal de sus dirigentes.
En los cuatro meses transcurridos desde que los populares desplazaron a los socialistas de diputaciones y ayuntamientos andaluces, no han eliminado organismos y empresas públicas superfluas, ni han sugerido que devolverán a la iniciativa privada las actividades lucrativas en las que el Estado hace competencia desleal a través de sus empresas subvencionadas.
El resultado de las elecciones del 25 de marzo convertirá en inútil el triunfo electoral de los populares que se quedarían sin gobernar, y hará fructíficar la derrota socialista porque seguirían gobernando peso a no haber sido los más votados.
Quedaría Anadalucía, pues, más o menos como hasta ahora porque no entraba en la ideología de los populares o no se atrevieron a proponer eliminar el sistema impulsado por los socialistas de tutelar con subvenciones públicas a todas las actividades sociales.
Une a socialistas y populares la creencia de que el Estado, por medio de sus administraciones y empresas, debe tutelar a una sociedad como la española, formada por individuos incapaces de decidir por sí mismos lo que quieren y les conviene.
Como los socialdemócratas dogmáticos del Partido Socialista, los socialdemócratas pragmáticos del Partido Popular ,parecen convencidos de que es el Estado el que debe orientar a la sociedad y no la sociedad la que debe determinar la orientación del Estado.
El 25 de Marzo, los electores andaluces dieron sus votos, por orden de preferencia, al Partido Popular, Partido Socialista e Izquierda Unida, pero sin que ninguno de ellos tenga capacidad de formar gobierno sin el apoyo o la abstención de alguno de los otros.
Es previsible, pues, un entendimiento del Partido Socialista e Izquierda Unida, las dos fuerzas ideológicas más afines, dejaría fuera del poder al Partido Popular, el más votado y, comparativamente, el menos entusiasta de la intromisión del Estado en asuntos de la sociedad civil.
Si los cambios promovidos por el Partido Popular en la gestión de ayuntamientos y diputaciones desde mayo de 2011 sirvieran de pauta de los que hubiera acometido en la administración regional si el 25 de marzo hubiera logrado mayoría suficiente para formar gobierno en solitario, Andalucía hubiera seguido siendo gobernada más o menos como bajo los socialistas.
Los banales cambios en las administraciones bajo control popular desde mayo, si sirvieran de indicio de lo que podía esperarse de una administración regional bajo su tutela, no justifican las expectativas depositadas en su triunfo.
Puede que quienes recetan el misma jarabe a todos los enfermos, se extrañen de que los andaluces hayan preferido convivir con la corrupción conocida, al precio de dejar al estado que decida por el individuo, en lugar de que cada cual asuma el rango de su bienestar según el sacrificio de su esfuerzo.
Es de gente sabia, como la andaluza, rehuir la responsabilidad de decidir y privar al que sufra las consecuencias del consuelo de culpar de sus desgracias al que decidió en su nombre.
Las elecciones autonómicas del 25 de marzo confirmaron que el Partido Socialista sabe usar el sistema para controlar el poder político, y que el Partido Popular sigue ignorándolo.
Para los socialistas, ganar las elecciones no es un objetivo en sí mismo, sino la herramienta para conseguir y conservar el poder.
Se supone que gana las elecciones el partido capaz de convencer a los votantes de que sus propuestas son las más adecuadas para resolver los problemas de que la sociedad se queja.
Pero han aprendido los socialistas que persuadir a los electores de que el suyo es el programa más adecuado es tan rentable como hacerlos dudar de la idoneidad de las propuestas del adversario, acusándolo de ocultar sus verdaderos propósitos hasta que gane las elecciones.
El Partido Popular, que limitó sus propuestas a combatir las manifestaciones de la corrupción generada por el régimen socialista, no sugirió que renunciaría a la tutela de la sociedad civil para eliminar la corrupción.
El Partido Popular se comprometió a acabar con el derroche de fondos públicos y con la generalizada sensación de malversación en la administración regional.
Pero no ofreció otra herramienta para cumplir su propósito que la promesa de honestidad personal de sus dirigentes.
En los cuatro meses transcurridos desde que los populares desplazaron a los socialistas de diputaciones y ayuntamientos andaluces, no han eliminado organismos y empresas públicas superfluas, ni han sugerido que devolverán a la iniciativa privada las actividades lucrativas en las que el Estado hace competencia desleal a través de sus empresas subvencionadas.
El resultado de las elecciones del 25 de marzo convertirá en inútil el triunfo electoral de los populares que se quedarían sin gobernar, y hará fructíficar la derrota socialista porque seguirían gobernando peso a no haber sido los más votados.
Quedaría Anadalucía, pues, más o menos como hasta ahora porque no entraba en la ideología de los populares o no se atrevieron a proponer eliminar el sistema impulsado por los socialistas de tutelar con subvenciones públicas a todas las actividades sociales.
Une a socialistas y populares la creencia de que el Estado, por medio de sus administraciones y empresas, debe tutelar a una sociedad como la española, formada por individuos incapaces de decidir por sí mismos lo que quieren y les conviene.
Como los socialdemócratas dogmáticos del Partido Socialista, los socialdemócratas pragmáticos del Partido Popular ,parecen convencidos de que es el Estado el que debe orientar a la sociedad y no la sociedad la que debe determinar la orientación del Estado.
El 25 de Marzo, los electores andaluces dieron sus votos, por orden de preferencia, al Partido Popular, Partido Socialista e Izquierda Unida, pero sin que ninguno de ellos tenga capacidad de formar gobierno sin el apoyo o la abstención de alguno de los otros.
Es previsible, pues, un entendimiento del Partido Socialista e Izquierda Unida, las dos fuerzas ideológicas más afines, dejaría fuera del poder al Partido Popular, el más votado y, comparativamente, el menos entusiasta de la intromisión del Estado en asuntos de la sociedad civil.
Si los cambios promovidos por el Partido Popular en la gestión de ayuntamientos y diputaciones desde mayo de 2011 sirvieran de pauta de los que hubiera acometido en la administración regional si el 25 de marzo hubiera logrado mayoría suficiente para formar gobierno en solitario, Andalucía hubiera seguido siendo gobernada más o menos como bajo los socialistas.
Los banales cambios en las administraciones bajo control popular desde mayo, si sirvieran de indicio de lo que podía esperarse de una administración regional bajo su tutela, no justifican las expectativas depositadas en su triunfo.
Puede que quienes recetan el misma jarabe a todos los enfermos, se extrañen de que los andaluces hayan preferido convivir con la corrupción conocida, al precio de dejar al estado que decida por el individuo, en lugar de que cada cual asuma el rango de su bienestar según el sacrificio de su esfuerzo.
Es de gente sabia, como la andaluza, rehuir la responsabilidad de decidir y privar al que sufra las consecuencias del consuelo de culpar de sus desgracias al que decidió en su nombre.
lunes, 26 de marzo de 2012
A N D A L U C I A
El personal de aquella sucursal rezaba de manera teatral y llamaba trabajar a lo que para el resto del mundo era relajo y diversión.
Se achacaba a esas peculiaridades que su supervivencia dependiera de subvenciones que la Dirección General detraía de los beneficios obtenidos en delegaciones que entendían con rectitud el lema “ora et labora”, para las que el trabajo era una obligación fatigosa y la oración una devoción comedida.
En tiempos de bonanza, la Dirección pudo compensar las carencias de la delegación díscola con los beneficios de las dóciles pero una súbita crisis generalizada invirtió la situación y la viabilidad de la primera llegó a suponer una amenaza contra la de las demás.
Al personal de la sucursal cuya heterodoxa interpretación de las normas se había convertido en una amenaza para la supervivencia de todos se le dio un plazo razonable para que, como sus colegas, rezaran con devoción y trabajaran con dedicación.
Si no cumplían lo que se les pedía, les avisaron, dejarían de percibir los subsidios exteriores y serían expulsados de la organización.
Replicaron los amenazados que el costo económico que su peculiaridad suponía a la organización era insignificante.
Sugerían compararlo con el beneficio que la suavidad del clima, la amenidad del paisaje y la simpatía de los habitantes del lugar del enclave aportaban para que empleados destinados en lugares hostiles recuperaran en pocos días el equilibrio perdido durante meses de hosco trabajo.
El jefe de la Sucursal a la que se advertía que podría perder las subvenciones si persistía en rezar sin la devoción tradicional y trabajar sin la dedicación requerida pidió a los 109 concernidos que discutieran y concertaran una respuesta conjunta.
Tres propuestas se debatieron:
Un grupo de 50 aceptó combatir la gula, la molicie y la incontinencia sensual culpable de la poca eficacia de que la dirección se quejaba con la oración y el trabajo.
Otros 47 se declararon partidarios de ignorar lo que la Dirección pedía y seguir como si no nada hubiera pasado.
Los nueve restantes dijeron que el trabajo es un arma capitalista para explotar a la clase obrera. la oración una herramienta del fanatismo para enajenar al pueblo y que, para redimir sus crímenes, los explotadores deberían aumentar las subvenciones a los explotados.
Aunque eran más los partidarios de trabajar y rezar como Dios manda, los dos sectores minoritarios discrepantes tenían posturas más fácilmente conciliables.
Se unieron, conminaron a la Dirección General para que siguieran pagando y la disuadió de dar lecciones sobre el trabajo y la diversión si solo sabe apreciar lo primero y subestimar lo segundo.
Se achacaba a esas peculiaridades que su supervivencia dependiera de subvenciones que la Dirección General detraía de los beneficios obtenidos en delegaciones que entendían con rectitud el lema “ora et labora”, para las que el trabajo era una obligación fatigosa y la oración una devoción comedida.
En tiempos de bonanza, la Dirección pudo compensar las carencias de la delegación díscola con los beneficios de las dóciles pero una súbita crisis generalizada invirtió la situación y la viabilidad de la primera llegó a suponer una amenaza contra la de las demás.
Al personal de la sucursal cuya heterodoxa interpretación de las normas se había convertido en una amenaza para la supervivencia de todos se le dio un plazo razonable para que, como sus colegas, rezaran con devoción y trabajaran con dedicación.
Si no cumplían lo que se les pedía, les avisaron, dejarían de percibir los subsidios exteriores y serían expulsados de la organización.
Replicaron los amenazados que el costo económico que su peculiaridad suponía a la organización era insignificante.
Sugerían compararlo con el beneficio que la suavidad del clima, la amenidad del paisaje y la simpatía de los habitantes del lugar del enclave aportaban para que empleados destinados en lugares hostiles recuperaran en pocos días el equilibrio perdido durante meses de hosco trabajo.
El jefe de la Sucursal a la que se advertía que podría perder las subvenciones si persistía en rezar sin la devoción tradicional y trabajar sin la dedicación requerida pidió a los 109 concernidos que discutieran y concertaran una respuesta conjunta.
Tres propuestas se debatieron:
Un grupo de 50 aceptó combatir la gula, la molicie y la incontinencia sensual culpable de la poca eficacia de que la dirección se quejaba con la oración y el trabajo.
Otros 47 se declararon partidarios de ignorar lo que la Dirección pedía y seguir como si no nada hubiera pasado.
Los nueve restantes dijeron que el trabajo es un arma capitalista para explotar a la clase obrera. la oración una herramienta del fanatismo para enajenar al pueblo y que, para redimir sus crímenes, los explotadores deberían aumentar las subvenciones a los explotados.
Aunque eran más los partidarios de trabajar y rezar como Dios manda, los dos sectores minoritarios discrepantes tenían posturas más fácilmente conciliables.
Se unieron, conminaron a la Dirección General para que siguieran pagando y la disuadió de dar lecciones sobre el trabajo y la diversión si solo sabe apreciar lo primero y subestimar lo segundo.
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