Alardeaba de ingenio en su réplica a Madonna, extrañada de que prescindiera de guardaespaldas que, como a otros dioses del moderno Olimpo que es Hollywood, lo protegieran del contacto con los mortales.
Dice Pedro Almodóvar—empatado a puntos con Don Quijote como el manchego mas insigne de la historia—que le contestó: “¿Escoltas? Para lo único que los necesitaría sería para tirármelos”.
Ingeniosa respuesta del cineasta que, sin duda, lo confirma como máximo exponente de la modernidad de la España del fraude institucionalizado, de la corrupción oficial y de los cinco millones de desempleados sin esperanzas de volver a dar el callo.
La frase, además, parece tomada de prestado a alguno de los personajes de sus películas: maricones,travestidos, pederastas, prostitutas generosas, virtuosas mezquinas, varones apocados y hembras industriosas que, según Almodóvar, monopolizan la fauna española.
Puede que sea su empeño en proponer como algo normal las anomalías sexuales lo que hace moderno a Almodóvar, aunque ni en el fondo ni en la forma lo es para quien haya tenido la curiosidad de leer algo más que diarios deportivos.
Si alguien le da el calificativo de moderno por el prosaísmo de su lenguaje, que lo compare con el de los Sonetos Lujuriosos, escritos hace casi 500 años por Pietro Aretino, nacido seis meses antes de que Colón descubriera América y, lo que es peor, lo dijera.
Si por moderno se tiene lo lépero, el elogio de la sodomía que insinúa Almodóvar en su contestación a Madonna es del más rancio clasicismo al lado del de Aretino.
Hay que conceder, sin embargo, que el italiano, que murió de apoplejía por un golpe de risa, debe ser menos moderno que el manchego porque su canto a la ruta alternativa se refiere al amor heterosexual.
¿Es Almodóvar, entonces, un nuevo Pietro de Aretino? Lo dudo y estoy dispuesto a apostar mi patrimonio contra el que Madof ha acumulado con su estafa. Si dentro de 500 años se sigue hablando del peculiar cineasta manchego, pierdo.
miércoles, 18 de marzo de 2009
martes, 17 de marzo de 2009
AMSTETTEN-SEVILLA ¿ESCANDALO?
La historia del padre que secuestró y violó durante años a su hija, con la que engendró hijos de los que se deshizo para que no se descubriera su desviación antinatural, ha estremecido por su inmundicia a toda la humanidad.
En España, ese mismo sentimiento íntimo de desconcierto, repulsa y zozobra lo ha generalizado el turbio episodio de equívocas relaciones entre un grupo de jóvenes que, ignoradas por cómoda omisión por sus padres, ha terminado en el asesinato de una adolescente.
No son sucesos aislados, sino síntomas de una enfermedad de la sociedad, cuyas causas no nos atrevemos a identificar con franqueza, por miedo a reconocer que entre todos la hemos provocado.
Los embarazos indeseados que se pretenden resolver con una ley de plazos para el aborto, que eliminen la evidencia del problema sin corregir sus causas, tienen el mismo origen.
Es consecuencia todo del ansia de disfrutar de los placeres de la vida, sin permitir que la moderación frene el insaciable apetito de los sentidos.
La supremacía de la sensualidad sobre la razón.
La Humanidad es tan vieja que, por trances parecidos al actual, ha pasado ya en muchas ocasiones, pero parecían afectar a minorías privilegiadas, encaramadas en la cúspide de la pirámide social.
Como la educación, el bienestar y la instrucción, el acceso al placer sensual se ha democratizado y se ha extendido a toda la población.
Los excesos de la lujuria ya no son arquetipos literarios. No solamente carecerían de sentido ejemplificador las travesuras de Don Juan, sino que nos toparíamos con más Tenorias que Tenorios.
Puede que la hipócrita pudibundez de otras épocas fuera desmesurada, pero el desenfrenado culto al placer y su propuesta como objetivo de la vida es igual de falaz y más peligroso.
No es culpa del progreso, sino de la irresponsable utilización de algunas de las poderosas herramientas que el progreso ha aportado, sobre todo de la televisión.
Porque la televisión, que podría haber sido un escaparate de la vida real, ha degenerado en propagandista de una forma de vida que, quien no la asuma, aparece ante sus semejantes como anticuado.
Los programas de televisión que mayor número de espectadores atraen, dirigidos a los que por falta de formación intelectual o de madurez existencial son los más vulnerables, son todos un canto al placer y, sus modelos, los que alardean de su promiscuidad como prueba de aceptación por los demás.
¿Tiene límites la procura del placer? ¿Se atreve alguien a fijar esos límites, aunque lo acusen de fascista?
Si la búsqueda del placer por todos los medios, sin la brida de la razón, es lo que hemos escogido, la mayor hipocresía es escandalizarnos cuando la notoriedad de algún episodio pone en evidencia las consecuencias del desenfreno de la sensualidad.
En España, ese mismo sentimiento íntimo de desconcierto, repulsa y zozobra lo ha generalizado el turbio episodio de equívocas relaciones entre un grupo de jóvenes que, ignoradas por cómoda omisión por sus padres, ha terminado en el asesinato de una adolescente.
No son sucesos aislados, sino síntomas de una enfermedad de la sociedad, cuyas causas no nos atrevemos a identificar con franqueza, por miedo a reconocer que entre todos la hemos provocado.
Los embarazos indeseados que se pretenden resolver con una ley de plazos para el aborto, que eliminen la evidencia del problema sin corregir sus causas, tienen el mismo origen.
Es consecuencia todo del ansia de disfrutar de los placeres de la vida, sin permitir que la moderación frene el insaciable apetito de los sentidos.
La supremacía de la sensualidad sobre la razón.
La Humanidad es tan vieja que, por trances parecidos al actual, ha pasado ya en muchas ocasiones, pero parecían afectar a minorías privilegiadas, encaramadas en la cúspide de la pirámide social.
Como la educación, el bienestar y la instrucción, el acceso al placer sensual se ha democratizado y se ha extendido a toda la población.
Los excesos de la lujuria ya no son arquetipos literarios. No solamente carecerían de sentido ejemplificador las travesuras de Don Juan, sino que nos toparíamos con más Tenorias que Tenorios.
Puede que la hipócrita pudibundez de otras épocas fuera desmesurada, pero el desenfrenado culto al placer y su propuesta como objetivo de la vida es igual de falaz y más peligroso.
No es culpa del progreso, sino de la irresponsable utilización de algunas de las poderosas herramientas que el progreso ha aportado, sobre todo de la televisión.
Porque la televisión, que podría haber sido un escaparate de la vida real, ha degenerado en propagandista de una forma de vida que, quien no la asuma, aparece ante sus semejantes como anticuado.
Los programas de televisión que mayor número de espectadores atraen, dirigidos a los que por falta de formación intelectual o de madurez existencial son los más vulnerables, son todos un canto al placer y, sus modelos, los que alardean de su promiscuidad como prueba de aceptación por los demás.
¿Tiene límites la procura del placer? ¿Se atreve alguien a fijar esos límites, aunque lo acusen de fascista?
Si la búsqueda del placer por todos los medios, sin la brida de la razón, es lo que hemos escogido, la mayor hipocresía es escandalizarnos cuando la notoriedad de algún episodio pone en evidencia las consecuencias del desenfreno de la sensualidad.
TIERNO GALVAN, PROFETA
Recién muerto el Caudillo, fueron muchos los políticos de la todavía clandestina izquierda española que peregrinaron a México, donde su presidente Luis Echeverria Alvarez había ganado preeminencia entre los antifranquistas del mundo.
Aunque a nadie le amarga un dulce, no era solamente la ayuda que el dadivoso Echeverría pudiera darles lo que buscaban sino, además, un barniz adicional de antifranquismo en el mero centro de la pomada internacional contra el Dictador.
El inefable Tierno Galván, posteriormente aclamado por los cándidos progres como espíritu de la “movida madrileña”, fue uno de los romeros que, desde Madrid, viajó a la Nueva España en busca de ayuda y respaldo para la España nueva en que estaba empeñado.
Tierno, para espanto de los pocos españoles que por allí andábamos, hizo unas declaraciones en las que admitió que su modelo político para la España postfranquista se inspiraba en el que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) encarnaba en México.
Cabe la posibilidad de que Tierno pretendiera regalarle los oídos a los que iba a pedirles que lo ayudaran pero ¿y si hubiera sido sincero al proponer para España un sistema aparentemente democrático pero realmente totalitario como el del PRI mexicano?
Síntomas para temer lo segundo no faltan, sobre todo a la vista de la inhibición de los sindicatos en la España actual.
La más eficaz herramienta de que dispusieron los políticos del PRI para eternizarse en el poder fue la Confederación de Trabajadores de México que, a las órdenes de Fidel Velazquez, sometía a los obreros del país al férreo control político del régimen de partido único de hecho.
Obedeciendo a Fidel Velazquez, la CTM acarreaba obreros a todas las concentraciones populares que el Presidente necesitara y tenía el honor litúrgico de ser la que “destapara” cada seis años al próximo presidente del país.
Que se sepa, la CTM nunca organizó una protesta para reclamar derechos de los trabajadores que el gobierno no hubiera saludado previamente con simpatía. Como en España ocurre desde que, hace cinco años, el gobierno socialista desplazó del poder al de derechas del Partido Popular.
Que Dios nos asista si el tiempo confirma que Don Enrique Tierno Galván, además de sabio, fue profeta.
Aunque a nadie le amarga un dulce, no era solamente la ayuda que el dadivoso Echeverría pudiera darles lo que buscaban sino, además, un barniz adicional de antifranquismo en el mero centro de la pomada internacional contra el Dictador.
El inefable Tierno Galván, posteriormente aclamado por los cándidos progres como espíritu de la “movida madrileña”, fue uno de los romeros que, desde Madrid, viajó a la Nueva España en busca de ayuda y respaldo para la España nueva en que estaba empeñado.
Tierno, para espanto de los pocos españoles que por allí andábamos, hizo unas declaraciones en las que admitió que su modelo político para la España postfranquista se inspiraba en el que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) encarnaba en México.
Cabe la posibilidad de que Tierno pretendiera regalarle los oídos a los que iba a pedirles que lo ayudaran pero ¿y si hubiera sido sincero al proponer para España un sistema aparentemente democrático pero realmente totalitario como el del PRI mexicano?
Síntomas para temer lo segundo no faltan, sobre todo a la vista de la inhibición de los sindicatos en la España actual.
La más eficaz herramienta de que dispusieron los políticos del PRI para eternizarse en el poder fue la Confederación de Trabajadores de México que, a las órdenes de Fidel Velazquez, sometía a los obreros del país al férreo control político del régimen de partido único de hecho.
Obedeciendo a Fidel Velazquez, la CTM acarreaba obreros a todas las concentraciones populares que el Presidente necesitara y tenía el honor litúrgico de ser la que “destapara” cada seis años al próximo presidente del país.
Que se sepa, la CTM nunca organizó una protesta para reclamar derechos de los trabajadores que el gobierno no hubiera saludado previamente con simpatía. Como en España ocurre desde que, hace cinco años, el gobierno socialista desplazó del poder al de derechas del Partido Popular.
Que Dios nos asista si el tiempo confirma que Don Enrique Tierno Galván, además de sabio, fue profeta.
domingo, 15 de marzo de 2009
NEP: NUEVA POLITICA ECONOMICA (1)
El acuciante pálpito de una inminente devaluación del dólar lo hizo llamar a su secretaria, entregarle un cheque por la casi totalidad del saldo de su cuenta y mandarla al banco para que le comprara monedas de oro de 50 pesos, llamadas en México Centenarios.
Tuvo Irak que invadir Kuwait, 16 años después, para que el oro recuperara la cotización al que lo había comprado.
Sin escarmentar, reincidió dos o tres veces en aventuras similares. Gracias a un enviado por Mammon llamado Manuel Pizarro, le ganó unas perras a su inversión en Endesas.
Que éste prólogo sirva de aviso a los incautos, porque tan acreditado inepto en sus propias finanzas es quien tiene la osadía de aconsejar sobre las ajenas:
Es revolución liquidar lo que ha dejado de funcionar para, sobre sus ruinas, construir algo más eficaz.
El mecanismo motor de la economía, basado en la usura y en las irregulares oscilaciones de los intereses que gravan la retribución de los préstamos bancarios, se ha parado.
El crédito, sin embargo, es indispensable para que la economía, base de la prosperidad, mantenga un dinamismo homogéneo y sin oscilaciones imprevisibles.
Hay que evitar, por tanto, que quede al capricho voluntarista o interesado de los banqueros la fijación de los intereses del crédito y confiar esa responsabilidad a los poderes públicos, sujetos a la fiscalización de los electores.
No solamente se evitaría el enriquecimiento fraudulento de los banqueros a costa del diferencial que pagan a los ahorradores por su dinero y lo que cobran de intereses a sus acreedores, sino que disuadiría a los depositantes de caer en la tentación de entregar sus ahorros a los bancos, a cambio de intereses irrisorios.
No habría ahorro, lo que implicaría que, lo que a un particular le sobra para vivir, lo gastaría inmediatamente y, así, dinamizaría el consumo y la creación de empleo.
Un sistema económico cimentado en el gasto de los excedentes de salarios y beneficios aumentaría de forma uniforme y constante la demanda de bienes y servicios, su producción para adecuar la oferta a la demanda y, como consecuencia, el bienestar de la sociedad.
El aguafiestas de turno se preguntará ¿y de dónde sale el dinero para inversiones?
“Take it easy, buddy, keep cool”, lo tranquilizará el experto.
El Estado, basándose en cálculos infalibles sobre el incremento previsible de la demanda y la producción, acuñara moneda y aumentará el circulante en la misma proporción en que se estime el aumento de la riqueza.
Servirá para dotar con los fondos precisos las inversiones convenientes.
Todo resuelto. Un mundo de crecimiento económico sostenido, libre tanto de inflación como de deflación y, sobre todo, de banqueros.
Pero, además de garantizar una prosperidad estable, la Humanidad alcanzaría la paz espiritual al acatar, por fin, mandatos de la Iglesia impartidos por sus Concilios de Vienne y Letrán:
En el de Vienne, cerca de Lyon, además de suprimir a los Templarios, la Iglesia tachó en 1311 de “herejía” la práctica de la usura.
En el de Letrán, en 1179, excluyó a los usureros de la comunidad cristiana, prohibió que se les enterrara cristianamente si morían sin arrepentirse y, como prueba extrema del rigor de su condena, mandó a sus clérigos que rechazaran sus limosnas.
Inusitadamente grave debe ser para la Iglesia la usura si ni siquiera admite el dinero que puedan donarle los usureros.
-----------
(1) La anteriormente expuesta NEP es de casta distinta a su homónima que, aprobada en el décimo congreso del Partido Comunista de la URSS y promulgada el 21 de Marzo de 1921, restableció parcialmente la propiedad privada. No se deben mezclar los chivos con las cabras.
Tuvo Irak que invadir Kuwait, 16 años después, para que el oro recuperara la cotización al que lo había comprado.
Sin escarmentar, reincidió dos o tres veces en aventuras similares. Gracias a un enviado por Mammon llamado Manuel Pizarro, le ganó unas perras a su inversión en Endesas.
Que éste prólogo sirva de aviso a los incautos, porque tan acreditado inepto en sus propias finanzas es quien tiene la osadía de aconsejar sobre las ajenas:
Es revolución liquidar lo que ha dejado de funcionar para, sobre sus ruinas, construir algo más eficaz.
El mecanismo motor de la economía, basado en la usura y en las irregulares oscilaciones de los intereses que gravan la retribución de los préstamos bancarios, se ha parado.
El crédito, sin embargo, es indispensable para que la economía, base de la prosperidad, mantenga un dinamismo homogéneo y sin oscilaciones imprevisibles.
Hay que evitar, por tanto, que quede al capricho voluntarista o interesado de los banqueros la fijación de los intereses del crédito y confiar esa responsabilidad a los poderes públicos, sujetos a la fiscalización de los electores.
No solamente se evitaría el enriquecimiento fraudulento de los banqueros a costa del diferencial que pagan a los ahorradores por su dinero y lo que cobran de intereses a sus acreedores, sino que disuadiría a los depositantes de caer en la tentación de entregar sus ahorros a los bancos, a cambio de intereses irrisorios.
No habría ahorro, lo que implicaría que, lo que a un particular le sobra para vivir, lo gastaría inmediatamente y, así, dinamizaría el consumo y la creación de empleo.
Un sistema económico cimentado en el gasto de los excedentes de salarios y beneficios aumentaría de forma uniforme y constante la demanda de bienes y servicios, su producción para adecuar la oferta a la demanda y, como consecuencia, el bienestar de la sociedad.
El aguafiestas de turno se preguntará ¿y de dónde sale el dinero para inversiones?
“Take it easy, buddy, keep cool”, lo tranquilizará el experto.
El Estado, basándose en cálculos infalibles sobre el incremento previsible de la demanda y la producción, acuñara moneda y aumentará el circulante en la misma proporción en que se estime el aumento de la riqueza.
Servirá para dotar con los fondos precisos las inversiones convenientes.
Todo resuelto. Un mundo de crecimiento económico sostenido, libre tanto de inflación como de deflación y, sobre todo, de banqueros.
Pero, además de garantizar una prosperidad estable, la Humanidad alcanzaría la paz espiritual al acatar, por fin, mandatos de la Iglesia impartidos por sus Concilios de Vienne y Letrán:
En el de Vienne, cerca de Lyon, además de suprimir a los Templarios, la Iglesia tachó en 1311 de “herejía” la práctica de la usura.
En el de Letrán, en 1179, excluyó a los usureros de la comunidad cristiana, prohibió que se les enterrara cristianamente si morían sin arrepentirse y, como prueba extrema del rigor de su condena, mandó a sus clérigos que rechazaran sus limosnas.
Inusitadamente grave debe ser para la Iglesia la usura si ni siquiera admite el dinero que puedan donarle los usureros.
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(1) La anteriormente expuesta NEP es de casta distinta a su homónima que, aprobada en el décimo congreso del Partido Comunista de la URSS y promulgada el 21 de Marzo de 1921, restableció parcialmente la propiedad privada. No se deben mezclar los chivos con las cabras.
viernes, 13 de marzo de 2009
CORRUPCION: REGLAS Y TARIFAS
Sea quien sea a quien le corresponda, ya es hora de que ponga pié en pared y deje de andarse con el bolo colgando: tiene que acabar con este cachondeo de la corrupción.
Hace semanas, encuentran bajo el colchón de un alcalde 160.000 euros, poco después le regalan trajes valorados en dos millones de eternas pesetas al capitoste de una comunidad autónoma y ahora va un periódico y revela que al que manejaba las listas electorales de un partido político le echaron los Reyes un Jaguar de verdad y no de juguete.
Hasta al paradigma de la legalidad, al justiciero mayor del Reino, se le olvida decir que cobrará 40 millones de pesetas de sueldo durante la excedencia pagada que ha solicitado y le han concedido.
Como es bien sabido que el que regala bien vende, muy cándido habría que ser para creerse que el agraciado por los regalos los aceptó de bóbilis bóbils, sin retribuir a su benefactor con alguna merced a su alcance.
A esa al parecer tan extendida práctica de retribuir desde la administración pública regalos de particulares se la conoce por el feo nombre de corrupción administrativa.
Tiene similitudes con el incesto, una aberración dentro del estrecho límite de la familia, aunque la corrupción es una irregularidad en el amplio marco de la sociedad.
La corrupción provoca efectos perniciosos y no es el menor de ellos la envidia porque los funcionarios a los que nadie haya intentado sobornar se preguntarán si es que sus funciones son menos importantes que las de los sobornados y ese sentimiento, si se extendiera, podría acarrear la parálisis de la Administración.
Hay también descontento soterrado entre los sobornados al enterarse por la prensa de que otros, por menos, han percibido un soborno más generoso.
Como acabar radicalmente con la corrupción se antoja una tarea imposible, habría que intentar por lo menos regular su práctica:
El sobornador debería declarar sus gastos en sobornos que, naturalmente, podría deducir de sus ingresos en su declaración de la renta, mientras que el sobornado debería reflejar en la suya lo recibido, sumándolo a su apartado de ingresos.
El legislador haría bien, para evitar injusticias, en detallar minuciosamente el máximo que se permita percibir a un funcionario por favorecer al demandante del trato de favor y esas “tarifas por adjudicaciones irregulares” deberían ser uniformes y homogéneas para todo el territorio nacional.
La prudencia del legislador debe tener en cuenta que la corrupción administrativa es el lubricante que permite el funcionamiento de toda maquinaria política, e impide que se gripen sus piezas vitales.
La corrupción es tan inevitable como el aborto o el consumo de drogas. Como con esas prácticas indeseables, si no es posible erradicarlas, el legislador tiene obligación de regularla. ,
Hace semanas, encuentran bajo el colchón de un alcalde 160.000 euros, poco después le regalan trajes valorados en dos millones de eternas pesetas al capitoste de una comunidad autónoma y ahora va un periódico y revela que al que manejaba las listas electorales de un partido político le echaron los Reyes un Jaguar de verdad y no de juguete.
Hasta al paradigma de la legalidad, al justiciero mayor del Reino, se le olvida decir que cobrará 40 millones de pesetas de sueldo durante la excedencia pagada que ha solicitado y le han concedido.
Como es bien sabido que el que regala bien vende, muy cándido habría que ser para creerse que el agraciado por los regalos los aceptó de bóbilis bóbils, sin retribuir a su benefactor con alguna merced a su alcance.
A esa al parecer tan extendida práctica de retribuir desde la administración pública regalos de particulares se la conoce por el feo nombre de corrupción administrativa.
Tiene similitudes con el incesto, una aberración dentro del estrecho límite de la familia, aunque la corrupción es una irregularidad en el amplio marco de la sociedad.
La corrupción provoca efectos perniciosos y no es el menor de ellos la envidia porque los funcionarios a los que nadie haya intentado sobornar se preguntarán si es que sus funciones son menos importantes que las de los sobornados y ese sentimiento, si se extendiera, podría acarrear la parálisis de la Administración.
Hay también descontento soterrado entre los sobornados al enterarse por la prensa de que otros, por menos, han percibido un soborno más generoso.
Como acabar radicalmente con la corrupción se antoja una tarea imposible, habría que intentar por lo menos regular su práctica:
El sobornador debería declarar sus gastos en sobornos que, naturalmente, podría deducir de sus ingresos en su declaración de la renta, mientras que el sobornado debería reflejar en la suya lo recibido, sumándolo a su apartado de ingresos.
El legislador haría bien, para evitar injusticias, en detallar minuciosamente el máximo que se permita percibir a un funcionario por favorecer al demandante del trato de favor y esas “tarifas por adjudicaciones irregulares” deberían ser uniformes y homogéneas para todo el territorio nacional.
La prudencia del legislador debe tener en cuenta que la corrupción administrativa es el lubricante que permite el funcionamiento de toda maquinaria política, e impide que se gripen sus piezas vitales.
La corrupción es tan inevitable como el aborto o el consumo de drogas. Como con esas prácticas indeseables, si no es posible erradicarlas, el legislador tiene obligación de regularla. ,
jueves, 12 de marzo de 2009
LOS BANCOS, PARA CURAS Y POLITICOS
Cuando todos hablan mucho de algo es porque nadie sabe de lo que habla, y no hay mejor botón de muestra que la catarata de palabras derrochadas sobre la crisis económica desde que dejaron de atar los perros con longanizas.
Como la restricción de créditos por parte de la banca ha sido una de las manifestaciones más tangibles de la famosa crisis, algunos de los que la padecen, inevitablemente, reclaman la nacionalización de los bancos.
El movimiento reflejo de los banqueros no se ha hecho esperar, como ocurre con el estornudo tras el picor en las cavidades nasales, y protestan que eso de la nacionalización es una tontería.
Uno de esos protestantes interesados,Miguel Martin, Presidente de la Asociación Española de Banca, aleccionó nada menos que a los Diputados de la Comisión de y Economía de Hacienda sobre la prudencia que guía a los banqueros para conceder con cuentagotas los préstamos que les solicitan.
El banquero Martín justificó la actual racanería crediticia por la “cada vez mayor morosidad” en la devolución de los préstamos.
Puede ser, pero en Febrero de 2007, cuando le pedías a un banco un crédito de cien y te ofrecían prestarte 120, la tasa de morosidad representaba el 1,12 por ciento de la totalidad del crédito bancario concedido en España.
En Diciembre de 2008, cuando hacía meses que a los banqueros tenías que darles en el codo para que te dieran la mitad del crédito que les pedías, la morosidad era ya del 3,286 por ciento.
Como uno no es tan listo como el señor Martín, sospecha que la restricción crediticia no se ha adoptado para limitar la morosidad, sino que la morosidad la ha incrementado la restricción crediticia.
El miedo a que el Estado meta sus pezuñas en la Economía nos había convertido a algunos en defensores intuitivos de la menor intromisión posible de la política en actividades que desempeña mejor sin tutela estatal la sociedad civil.
Pero, como las defensas de Jericó cayeron a trompetazos, el temor al Estado se ha esfumado ante la evidencia de que ha sido la falta de control sobre los excesos del mercado lo que ha empozoñado la virulencia de la crisis.
Hay que volver a los orígenes remotos para enderezar el desaguisado, aunque haya que echar la vista atrás hasta el año 1179, y recuperar lo que nos mandó el concilio de Letran: “ordenamos que los usureros manifiestos no sean admitidos a la comunión y que, si mueren en pecado, no sean enterrados cristianamente y que ningún clérigo les acepte sus limosnas”.
Cuánta razón previsora tenía Santo Tomás al defender la gratuidad del préstamo y calificar de injusticia el cobro de intereses. Diecisiete siglos hemos tardado en darnos cuenta, pero nunca es tarde para rectificar.
Reestructuremos urgentemente la actividad bancaria. Que el acreedor pague, por encima del porcentaje con que el banquero retribuya los fondos que le confíen, solo lo que represente el costo del manejo burocrático de sus operaciones.
Y, ante todo, hay que retirar a los particulares de las actividades bancarias y confiarlas al Estado o/y a la Iglesia. Aunque cueste admitirlo, los políticos y los curas son mucho más fiables que los banqueros.
Como la restricción de créditos por parte de la banca ha sido una de las manifestaciones más tangibles de la famosa crisis, algunos de los que la padecen, inevitablemente, reclaman la nacionalización de los bancos.
El movimiento reflejo de los banqueros no se ha hecho esperar, como ocurre con el estornudo tras el picor en las cavidades nasales, y protestan que eso de la nacionalización es una tontería.
Uno de esos protestantes interesados,Miguel Martin, Presidente de la Asociación Española de Banca, aleccionó nada menos que a los Diputados de la Comisión de y Economía de Hacienda sobre la prudencia que guía a los banqueros para conceder con cuentagotas los préstamos que les solicitan.
El banquero Martín justificó la actual racanería crediticia por la “cada vez mayor morosidad” en la devolución de los préstamos.
Puede ser, pero en Febrero de 2007, cuando le pedías a un banco un crédito de cien y te ofrecían prestarte 120, la tasa de morosidad representaba el 1,12 por ciento de la totalidad del crédito bancario concedido en España.
En Diciembre de 2008, cuando hacía meses que a los banqueros tenías que darles en el codo para que te dieran la mitad del crédito que les pedías, la morosidad era ya del 3,286 por ciento.
Como uno no es tan listo como el señor Martín, sospecha que la restricción crediticia no se ha adoptado para limitar la morosidad, sino que la morosidad la ha incrementado la restricción crediticia.
El miedo a que el Estado meta sus pezuñas en la Economía nos había convertido a algunos en defensores intuitivos de la menor intromisión posible de la política en actividades que desempeña mejor sin tutela estatal la sociedad civil.
Pero, como las defensas de Jericó cayeron a trompetazos, el temor al Estado se ha esfumado ante la evidencia de que ha sido la falta de control sobre los excesos del mercado lo que ha empozoñado la virulencia de la crisis.
Hay que volver a los orígenes remotos para enderezar el desaguisado, aunque haya que echar la vista atrás hasta el año 1179, y recuperar lo que nos mandó el concilio de Letran: “ordenamos que los usureros manifiestos no sean admitidos a la comunión y que, si mueren en pecado, no sean enterrados cristianamente y que ningún clérigo les acepte sus limosnas”.
Cuánta razón previsora tenía Santo Tomás al defender la gratuidad del préstamo y calificar de injusticia el cobro de intereses. Diecisiete siglos hemos tardado en darnos cuenta, pero nunca es tarde para rectificar.
Reestructuremos urgentemente la actividad bancaria. Que el acreedor pague, por encima del porcentaje con que el banquero retribuya los fondos que le confíen, solo lo que represente el costo del manejo burocrático de sus operaciones.
Y, ante todo, hay que retirar a los particulares de las actividades bancarias y confiarlas al Estado o/y a la Iglesia. Aunque cueste admitirlo, los políticos y los curas son mucho más fiables que los banqueros.
miércoles, 11 de marzo de 2009
TRAVESURA DE GARZON
No hay mejor adiestramiento para burlar impunemente la ley que el que se adquiere desenmascarando y persiguiendo delincuentes.
Si en la burla se aplica la misma perseverancia y sabiduría que Baltasar Garzón derrochó para enjaular truhanes, el diestro tunante seguramente se irá de rositas aunque no deje ley sin violar,como vaticina Alvaro Llorca.
Además de su experiencia en martingalas judiciales, la inteligencia nada común de Garzón le permite acometer la hábil maniobra de tirar la piedra y esconder la mano.
Lo demuestra que, por lo mismo que a Mariano Fernández Bermejo le costó su chamba de ministro, a Garzón no le ha costado la suya de justiciero.
Y no es que Bermejo (palabra con la que los redichos se refieren al rojo) fuera un zote.
A pesar de que en democracia cualquiera puede ser ministro, sobre todo en el gobierno del presidente con apellido de remendón, Mariano Fernández seguramente sería más listo que sus correligionarios a los que no les tocó en suerte una cartera ministerial.
Parece que al juez tan intransigente con las debilidades de otros como tolerante con las propias, quieren sacarle los colores porque se embolsó sin que tuviera derecho a hacerlo cuarenta o cincuenta millones de pesetas.
No contaban con la astucia de Garzón porque los colores se los sacarán pero no la pasta ya que la sanción por la supuesta irregularidad ha prescrito antes de que se descubriera.
Acusaciones son esas basadas en la envidia y no en el amor a la justicia. ¿Quien, si hubiera tenido la ocasión y el convencimiento de que no lo iban a descubrir, no habría hecho lo mismo que Garzón?
Sería una hipocresía afearle su conducta pero, si es verdad que ha hecho lo que se dice, merece un castigo por su presunta falta, pero no por haberse quedado con el dinero sino por no ser lo bastante cuidadoso para evitar que lo descubrieran.
Tampoco sería justo, aunque fuera legal, que el omnisciente Garzón fuera sancionado con igual severidad que si se tratara de un chorizo común, ignorante de los vericuetos de la ley.
Aplicar la ley con el mismo rigor al que no tiene más relación con ella que la de acatarla y al que pagan por hacerla acatar sería una injusticia manifiesta.
Por su demostrada incapacidad profesional para que quedara por siempre oculta su supuesta debilidad, Garzón se merece que lo aparten de sus funciones de juez y, si no hay manera de que devuelva la pasta, que le aproveche.
Pero que demuestre que es tan listo como se dice y lo obliguen a montar una empresa de exportación de helados a Verkoyansk. Así se beneficiaría, en estos tiempos de crisis, la economía española.
Si en la burla se aplica la misma perseverancia y sabiduría que Baltasar Garzón derrochó para enjaular truhanes, el diestro tunante seguramente se irá de rositas aunque no deje ley sin violar,como vaticina Alvaro Llorca.
Además de su experiencia en martingalas judiciales, la inteligencia nada común de Garzón le permite acometer la hábil maniobra de tirar la piedra y esconder la mano.
Lo demuestra que, por lo mismo que a Mariano Fernández Bermejo le costó su chamba de ministro, a Garzón no le ha costado la suya de justiciero.
Y no es que Bermejo (palabra con la que los redichos se refieren al rojo) fuera un zote.
A pesar de que en democracia cualquiera puede ser ministro, sobre todo en el gobierno del presidente con apellido de remendón, Mariano Fernández seguramente sería más listo que sus correligionarios a los que no les tocó en suerte una cartera ministerial.
Parece que al juez tan intransigente con las debilidades de otros como tolerante con las propias, quieren sacarle los colores porque se embolsó sin que tuviera derecho a hacerlo cuarenta o cincuenta millones de pesetas.
No contaban con la astucia de Garzón porque los colores se los sacarán pero no la pasta ya que la sanción por la supuesta irregularidad ha prescrito antes de que se descubriera.
Acusaciones son esas basadas en la envidia y no en el amor a la justicia. ¿Quien, si hubiera tenido la ocasión y el convencimiento de que no lo iban a descubrir, no habría hecho lo mismo que Garzón?
Sería una hipocresía afearle su conducta pero, si es verdad que ha hecho lo que se dice, merece un castigo por su presunta falta, pero no por haberse quedado con el dinero sino por no ser lo bastante cuidadoso para evitar que lo descubrieran.
Tampoco sería justo, aunque fuera legal, que el omnisciente Garzón fuera sancionado con igual severidad que si se tratara de un chorizo común, ignorante de los vericuetos de la ley.
Aplicar la ley con el mismo rigor al que no tiene más relación con ella que la de acatarla y al que pagan por hacerla acatar sería una injusticia manifiesta.
Por su demostrada incapacidad profesional para que quedara por siempre oculta su supuesta debilidad, Garzón se merece que lo aparten de sus funciones de juez y, si no hay manera de que devuelva la pasta, que le aproveche.
Pero que demuestre que es tan listo como se dice y lo obliguen a montar una empresa de exportación de helados a Verkoyansk. Así se beneficiaría, en estos tiempos de crisis, la economía española.
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