jueves, 11 de diciembre de 2008

NOS HA TOCADO HABLAR DE DEMOCRACIA

Es cierto que la boca del ingenuo habla de lo que abunda en su corazón pero, como los cándidos escasean más que los créditos bancarios, parece todavía más cierto que solemos presumir de lo que carecemos.
Por eso, y aunque no sea el pueblo el que gobierne sino contra el que se gobierna, la palabra democracia se ha fijado en los labios del pueblo como el rouge en los de una cupletista.
Aparte de pagar impuestos, multas y otras gabelas, ¿qué otra participación tiene el pueblo en el gobierno de la nación?
Se supone que la democracia es algo más que echar periódicamente un papel en una urna para escoger entre candidatos en cuya selección no se ha tenido arte ni parte.
El pueblo gobernaría de verdad si pudiera decidir el destino que los gobernantes dan al dinero que le extraen para que contribuya a mantener la onerosa carga del Estado.
Si se quiere una democracia real, transformemos la utópica actual de votantes en una racional de contribuyentes.
Medios hay para hacerlo, si quienes mandan permitieran que cada ciudadano se beneficiara de los servicios por los que quiera contribuir a los gastos del Estado, y renunciar a pagar servicios que no necesite o de los que no quiera disfrutar.
¿Estamos dispuestos a aumentar los gastos de elevar a siete mil los 3.000 militares actualmente destinados a conflictos en el extranjero, como blanco de armas contra las que les han prohibido usar las suyas?
El que estuviera dispuesto, que pague por ello y, al que no, que se le exima de costear ese servicio.
¿Quiero que parte del dinero que me detraen se gaste en pagar cuatro mil millones de pesetas por pintar el techo de un salón en el que no voy a sentarme, ni siquiera a ver?
Si alguien tiene ese capricho, que lo pague y, a lo demás, que se le deje ese dinero para que, si quieren, se lo gasten en tabaco.
¿Me parece bien que parte del dinero que gano trabajando se le done al cacique corrupto de un país remoto para que se compre una villa en la Costa Azul?
Los filántropos que quieran, que paguen esa filantropía y, los demás, que se gasten ese dinero en sus propios vicios y no en los de otro.
¿Por qué tienen que contribuir con sus dineros los maleducados que no necesitan costosas campañas de educación ciudadana, con las que no están de acuerdo?
¿Y por qué no subvencionan con su propio dinero, y no con el de todos, el derecho de los que quieren aprender una lengua resucitada artificialmente?
Además de la, a veces ineficaz representación del Estado en el extranjero, ¿por qué tienen que pagar la representación exterior de una comunidad autónoma los que no viven en ella?
Eso de que se paga con dinero de esa comunidad no es serio porque, ¿de qué servicio de los generales del Estado privan a los de esa comunidad para, en su lugar, pagar la enseñanza de un idioma y costear una representación exterior adicional?
Ordenadores y tecnología sobran para hacer de ésta una democracia de contribuyentes, que puedan decidir los servicios que del Estado esperan y que paguen por recibirlos.
Naturalmente, no se les permitirá alardear de haber patrocinado obras de arte, de redimir con la democracia parlamentaria a quienes la repudian, ni de contribuir a la sosegada meditación, lejos de su atribulada tierra, de caciques responsables de las tribulaciones de sus compatriotas.
Ese se parecería más que el actual a un Gobierno del pueblo por el Pueblo: igualdad de derechos para todos, y libertad de todos para renunciar a derechos que no les interesen.
Libertad e igualdad, dos de las tres patas del banco en que se asienta la democracia. La fraternidad, la tercera pata, es una entelequia solo apta para bautizar una ONG.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

PREOCUPACIONES FRIVOLAS Y OBSESIONES TRAGICAS

Que alguien con capacidad persuasiva contrastada me convenza de que el factor RH, como determinante de la superioridad racial, es un motivo serio de preocupación.
Suponiendo que lo logre, y que acepte que merece que se estudie con circunspección la influencia del factor RH en la conducta de quienes lo tengan positivo o negativo, hay otra duda que me inquieta:
La de si es suficiente pertenecer a la tribu Quraish, la del profeta Mahoma, o es además imprescindible descender de Alí, el abuelo de sus nietos, para reclamar la legitimidad de su herencia y su poder.
Lo del factor RH y lo de la legitimidad de la sucesión de Mahoma deben ser motivos serios de preocupación porque el primero de ellos dicen que fundamenta el terrorismo de ETA y, el segundo, la escisión del islamismo en chiitas y sunnitas.
Puede que no sean trascendentales esas preocupaciones, pero las consecuencias de las disputas a que han dado pié han sido trágicas, y amenazan seguir costando al mundo víctimas y sangre.
¿Qué es lo que determina que las inquietudes del ser humano se encomien por sensatas o se menosprecien por frívolas?
Si todos los hombres somos iguales, ¿no debería tener una jerarquía similar todo lo que al hombre inquiete?
O no somos tan iguales como dicen o el baremo para diferenciar lo trascendental de lo frívolo no es el hombre, sino las consecuencias de sus inquietudes.
Sospecho que debe ser lo segundo porque, últimamente, pocos asuntos obsesionan con tanta asiduidad a tantos seres humanos como los vaivenes del fútbol, las simpatías por un determinado club de balompié, la fortuna con que la suerte lo favorezca o castigue en los partidos o el baile permanente de fichajes en su nómina.
No hay que alarmarse. Por mucha que haya sido la conmoción que el despido de Bernd Schuster haya provocado en la hinchada del Madrid, y para mayor INRI, en vísperas del encuentro decisivo de éste año, la sangre no llegará al río.
Porque, afortunadamente, la del fútbol sigue siendo una preocupación frívola y no, como para ellos lo son, las inquietudes de separatistas o de legitimistas musulmanes.
Que no cunda el pánico entre los madridistas porque cada cual se enajena con lo que quiere, o con la obsesión con que la fatalidad los castiga.

martes, 9 de diciembre de 2008

SIEMPRE VIVE DE ILUSIONES...

Los que escogen la actividad política como medio de vida y, gracias a su ejercicio, viven de forma opípara, están obligados a ser modelo de comportamiento cívico para los que les permiten vivir tan bien.
Esa es una servidumbre, no del oficio de político, sino del de político honesto.
Por lo tanto, el que se propone como modelo a sus conciudadanos y no es capaz de una conducta modélica, debería renunciar a sus privilegios de elegido y conformarse con los de elector.
Si su honestidad para hacerlo fuera menos acuciante que la conveniencia de mantener su prebenda, los responsables de proponerlo para el cargo público que ocupe deberían obligarlo, por coherencia, a que renunciara.
Si ni él se aparta de la vida pública ni sus jefes lo inducen a que lo haga, cualquier mal pensado podría sospechar que la inconveniencia por la que los que se sienten ofendidos piden su dimisión expresaba, por encargo de su partido, lo que le recriminan.
Naturalmente, estoy aludiendo a la marejadilla que en el vaso de agua de la politiquilla nacional ha originado el alcalde de Getafe, el socialista Pedro Crespo, al llamar “tontos de los cojones” a los votantes de derechas.
Algo hay que agradecerle al alcalde: que los del Partido Popular se hayan dado por aludidos, gracias a lo cual se han sacudido el inexplicable complejo que sufrían hasta ahora cuando se les consideraba de derechas.
Por lo demás, ¿le extraña a alguien que sea esa la opinión que los del PSOE tienen de quienes no los votan? Porque, hasta ahora, eso es lo menos que se deduce que piensan de los del partido adversario.
¿Por qué se sorprenden entonces, cuando el alcalde de Getafe dice en voz alta lo que saben que piensan de ellos sus contrincantes socialistas?
Mucha hipocresía se reparten, como los votos, los del PP y los del PSOE.
Hemos venido a descubrirlo gracias a que, además de antipatriotas, fascistas, enemigos de los trabajadores, nostálgicos de la dictadura y otros piropos del mismo jaez, los han llamado “tontos de los cojones”.
Comparativamente, o merecía la pena haberse enfadado antes, o no la merecía enfadarse ahora.

lunes, 8 de diciembre de 2008

EL NOSTALGICO ILUSTRADO

A mi prima Rogelita, la de mi tía Gertrudis, su hijo Lorencito le ha salido indolente, abúlico y taciturno.
Ella ha intentado enmendarlo desde que le notó los primeros síntomas.
Pero Lorencito hace ya años que dejó de ser niño, pronto superará la adolescencia y, en un parpadeo, será hombre, sin que el inexorable paso del tiempo haya modificado su condición.
Mi prima Rogelita, o ha terminado por admitir la singularidad del muchacho, o su instinto protector de madre le aconseja minimizar a “las cosas de Lorencito” las rarezas de su hijo.
El que no se resigna es Sebastián, marido de Rogelita y padre de Lorencito.
Naturalmente culpa a la madre, aunque retóricamente se autoinculpa por permitírselo, de la indomable abulia de Lorencito.
“Si no te hubiera hecho caso y lo hubiera deslomado a palos”—amonesta con frecuencia Sebastián a Rogelita—“tu hijo sería una persona normal”.
Sebastián siempre dice “tu” y no “nuestro” hijo, cuando habla a Rogelita de Lorencito.
El niño, que este año debería entrar en caja si el servicio militar hubiera seguido siendo obligatorio, come, oye música, sale de marcha, y esparce la ropa sucia sin recogerla. Como todos los de su edad.
Como los otros, arrastra asignaturas pendientes de tres cursos atrás, no echa una mano ni en una pelea y no le da un palo al agua.
Lo que lo hace diferente es que, cuando le afean que no se esfuerza, no culpa a los profesores por su fracaso académico ni asume en silencio la queja de su madre porque no recoge su cuarto.
La singularidad de Lorencito es la excusa con la que explica su apatía: “es que no me motiva”.
Accedí al desesperado ruego de mi prima Rogelita y me llevé a Lorencito para sondearlo e intentar comprender las causas de su desidia.
Me costó un dineral porque bebía con avidez y sin pausa las cañas de cerveza y devoraba con la inverecundia de un hospiciano el jamón, los calamares fritos y los boquerones en vinagre.
La determinación de Lorencito para engullir de borla contrastaba con su apocamiento para estudiar o trabajar.
Lorencito me confesó que no lo motivaba estudiar para acabar coleccionando masters que abultaran un currículo que rechazarían al solicitar un empleo, ni presentarse a Gran Hermano para hacer el ganso, ni fatigarse corriendo para llegar antes que otros a la cinta de una meta, ni trabajar en el polvero de su padre para ampliar interminablemente el negocio.
--A mí me motivaría esforzarme para ser Sátrapa de Galilea, Procónsul de las Galias, Archimandrita de Antioquía, Elector de Sajonia o, incluso, Menomotapa de Zimbabwe. Por algo así no tendrían mis padres que animarme pero, ¿programador informático, jefe de departamento de ventas? Mejor sigo como estoy.
Le di un disgusto a mi prima, pero peor hubiera sido alentarle falsas esperanzas.
--Lo malo de Lorencito—le advertí—no es que sea indolente, abúlico y taciturno sino que, y eso es peor, es un nostálgico ilustrado.

domingo, 7 de diciembre de 2008

MELENUDOS, REMENDONES, FALSOS ESPIAS Y BLANCOS OSCUROS

Ripios

DON LUIS, llamado CALVO
pese a su pelo frondoso,
por la intriga traicionera
de un denunciante alevoso,
se vio en Londres entre rejas
preso, malmirado y solo.

Antes de su apresamiento
era Luis Calvo, y lo fue,
el respetable enviado
del madrileño abc
para relatar la guerra
en que combatía el inglés
desde la misma Inglaterra.

La calumnia tendenciosa
de un artero acusador
inculpaba al escritor
de una misión tenebrosa.

En la histeria que las bombas
del bombardeo alemán
esparció en la Gran Bretaña,
se creyó la policía,
aunque fuera una patraña
que Luis era un espía.

Como a un agente enemigo,
sentencian al reportero
al más cruel de los castigos:
morir por arma de fuego
de espaldas a un paredón,
a primera luz del alba
del patio de la prisión.

La noche previa, en capilla,
fué la angustia y el terror
de aquella muerte de espanto
lo que a su pelo causó
que cambiara de color
del oscuro negro al blanco.

Blanco, como es el del pepe,
pero blanco desde niño,
el Pepe del Remendón,
que es el pepe de Pepiño.

¿Fue negro el color del pepe
antes de que el artesano
lo usara como una lezna
en su banqueta sentado?

¿O blanco como el armiño
ha sido siempre el color
de Zapatero, el Pepiño?

Si Pepiño no era blanco
ni era calvo don Luis,
¿quien me garantiza a mi
que sean los gatos pardos?


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sábado, 6 de diciembre de 2008

PABLO Y SU ANGEL DE LA GUARDA

En los primeros quince meses de su vida, Pablo ha aprendido a meter los dedos en todos los enchufes, a apoderarse de los juguetes de su hermano Juan (cuatro años), a acariciar sin hacerle daño a su hermano Andrés (un mes), a emborronar paredes y papeles, a emboscarse donde nadie lo encuentre… y a reírse hasta cuando llora.
Pablo es, pues, un niño modelo y un modelo de niño.

Querubines ceñudos
cantan fandangos
cuando en suerte les toca
velar por Pablo.
Se ofrecen voluntarios
los querubines
y quieren que a su guarda
se les destine.
Pero un ángel novicio
muy apocado
pide que lo releven
de su cuidado.
Y es que cuando su turno
con Pablo acaba
vacaciones precisa
de campo y playa.
Dice que es un diablo,
esa criatura
porque nunca terminan
sus travesuras.
A San Pedro le exige
un sobresueldo
y que cien más lo ayuden
a protegerlo.

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viernes, 5 de diciembre de 2008

MAULLIDOS DE GATOS

Aunque parezca mentira, queda entre Andorra y Gibraltar algún que otro ciudadano que no vota al PP, al PSOE, ni a nadie.
Hay quien, sencillamente, no vota.
No se le debe considerar un irresponsable, porque presenta anualmente la Declaración de la Renta desde que la hizo aprobar el voluble Paco Fernandez Ordóñez, al que durante todo un vuelo entre Madrid y Nueva York lo oyó criticar la inepcia de su antecesor en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cumple, pues, con la obligación que más interesa al Estado, la de pagarle.
Ese ciudadano, que no vota porque no quiere, ha tenido ocasión de tratar a bastantes políticos nacionales y extranjeros y, porque los conoció, a pocos de ellos le compraría lo que le ofrecieran como una ganga.
Alguno que ha renunciado gustosamente al placer de votar llegó a lo que un redicho llamaría “la cúspide de su carrera” en una empresa del estado con un gobierno del PSOE, de la que lo echaron con uno del PP.
Ni por agradecimiento se ha sentido nunca inducido a votar al PSOE ni, por despecho, lo ha hecho contra el PP.
Además de porque no le da la gana, no vota porque los políticos logran su condición de candidatos por lealtad a la burocracia de sus partidos y no porque sean los mejores para los votantes.
Y no los vota, además, porque seguimos, de hecho, en un régimen dictatorial, aunque no de dictadura personal.
A la muerte del Dictador, el poder que la muerte le arrebató y al que se había aupado por la fortuna con que lo favoreció la guerra, la mayor parte de los ciudadanos se creyeron que recuperarían el poder que el Dictador usurpó al pueblo.
Hay quien no vota porque el Poder del Dictador lo monopolizan ahora, compartiéndolo entre ellas, las burocracias de los partidos, que ni siquiera tuvieron que ganar una guerra para quedárselo.
Y, además, porque no confiaría ni en sí mismo, que es a quien mejor conoce, si le prometiera que va a resolver los problemas de otros.
Tan reacio a dar consejos suele ser el no votante como a votar, así que si a alguien le entretiene, que vote cada vez que pueda. De nada sirve, pero tampoco cuesta mucho.
Pero que tenga en cuenta que su participación en una elección, aunque sea blanco el voto que deposite, implica su aceptación de todo el proceso y de su resultado, aunque el electo no haya sido el candidato al que dio su voto.
Quejarse del gobernante en cuya elección se tomó parte es mayor trivialidad que extrañarse de que los gatos maullen, en enero, en los tejados.