Los latinoamericanos han culpado durante siglo y medio a los Estados Unidos por apadrinar golpes de estado en sus países, y puede que lamenten en adelante que no sean capaces de impedirlos.
Horas antes de que los militares lo sacaran en pijama de su casa a las tres de la madrugada del domingo, el presidente de Honduras Manuel Zelaya se ufanaba de que el golpe que desde dos días antes se gestaba lo habían frenado los Estados Unidos.
Pero el presidente depuesto, en su exilio obligado de Costa Rica, ya ha debido percatarse de que Washington ya no quita y pone gobiernos en América Latina a su antojo.
Los golpistas dicen que su actuación ha seguido las normas impuestas por la ley porque las fuerzas armadas actuaron siguiendo instrucciones de los tribunales, que habían decretado la ilegalidad del referendum convocado por el Presidente depuesto para reformar la Constitución y mantenerse en el poder después de que expirara su mandato el año que viene.
El Congreso, formalmente, se limitó a aceptar la renuncia que Zelaya le presentaba, en un documento que asegura que no firmó, y a elegir nuevo presidente al del Congreso, Roberto Micheletti.
El Heraldo de Tegucigalpa, que el domingo publicaba una fotografía del supuesto documento de renuncia, asegura que ciudadanos de Venezuela y Nicaragua, que habían entrado subrepticiamente en Honduras, habían sido enviados por sus gobiernos para ayudar a Zelaya a ganar el referendum para reformar la Constitución.
No es Honduras uno de los países latinoamericanos de mayor tradición golpista porque solo ha vivido en su historia tres períodos de gobiernos de facto: entre 1956-57, 1963-65 y 1978-80.
Si la presión de Estados Unidos, la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos se demuestra eficaz, el gobierno de Micheletti tendrá los días contados y Zelaya será pronto repuesto en su cargo.
Si no ocurriera así, significaría que los Estados Unidos han perdido la influencia que tuvo, y que le permitía decidir en América Latina como en el corral de su casa.
domingo, 28 de junio de 2009
martes, 23 de junio de 2009
LOS MOSQUITOS TOGOLESES
Seguramente tendrán tan poco cerebro como sus congéneres de las marismas andaluzas, pero los mosquitos de Lomé son capaces hasta del suicidio para impedir que un amigo los abandone.
¿Por qué, si no, decidieron que fuera el Falcon en el que volvía a España el Presidente Rodriguez, y no otro, el que intentaron averiar?
No hay que menospreciar a los mosquitos de Togo al pretender que solo el sentimiento por la marcha de un amigo los empujara al suicidio.
Que nadie ponga en duda que los mosquitos de Lomé estaban consternados cuando se percataron de que el presidente de España se decidía a regresar a su tierra y abandonarlos.
En los días que permaneció entre ellos pudieron apreciar su simpatía, los cautivó el candor de su carácter y los emocionó la bondad de su talante.
Hasta disculparon que hubiera patrocinado la abolición de la pena de muerte aunque los humanos que se libren de la ejecución sean una amenaza para la vida de los insectos togoloses.
Razones de frío cálculo materialista se aliaron a las sentimentales para convencer a los mosquitos de Togo de que, para impedir que el Presidente Rodríguez los abandonara, cualquier sacrificio merecería la pena, incluso el de arriesgar la vida.
Por eso, como kamikazes enardecidos, se precipitaron contra las toberas del reactor del Presidente español, empujados por el heroísmo suicida que impidiera su regreso a la Europa en la que los insecticidas exterminan sistemáticamente a los mosquitos.
Aunque haya sido baldío el épico gesto de los mosquitos de Lomé porque solo consiguieron retrasar el regreso de Rodríguez, merecen un tributo de admiración.
Humildes y agradecidos mosquitos de Togo, capaces de sacrificar la vida por un amigo que llegó para traeros unos cientos de millones de euros que los suyos necesitaban.
Merecíais mejor suerte en vuestro intento, y que José Luis Rodríguez Zapatero hubiera pasado entre vosotros los largos años que le queden de vida.
¿Por qué, si no, decidieron que fuera el Falcon en el que volvía a España el Presidente Rodriguez, y no otro, el que intentaron averiar?
No hay que menospreciar a los mosquitos de Togo al pretender que solo el sentimiento por la marcha de un amigo los empujara al suicidio.
Que nadie ponga en duda que los mosquitos de Lomé estaban consternados cuando se percataron de que el presidente de España se decidía a regresar a su tierra y abandonarlos.
En los días que permaneció entre ellos pudieron apreciar su simpatía, los cautivó el candor de su carácter y los emocionó la bondad de su talante.
Hasta disculparon que hubiera patrocinado la abolición de la pena de muerte aunque los humanos que se libren de la ejecución sean una amenaza para la vida de los insectos togoloses.
Razones de frío cálculo materialista se aliaron a las sentimentales para convencer a los mosquitos de Togo de que, para impedir que el Presidente Rodríguez los abandonara, cualquier sacrificio merecería la pena, incluso el de arriesgar la vida.
Por eso, como kamikazes enardecidos, se precipitaron contra las toberas del reactor del Presidente español, empujados por el heroísmo suicida que impidiera su regreso a la Europa en la que los insecticidas exterminan sistemáticamente a los mosquitos.
Aunque haya sido baldío el épico gesto de los mosquitos de Lomé porque solo consiguieron retrasar el regreso de Rodríguez, merecen un tributo de admiración.
Humildes y agradecidos mosquitos de Togo, capaces de sacrificar la vida por un amigo que llegó para traeros unos cientos de millones de euros que los suyos necesitaban.
Merecíais mejor suerte en vuestro intento, y que José Luis Rodríguez Zapatero hubiera pasado entre vosotros los largos años que le queden de vida.
lunes, 22 de junio de 2009
MEXICO (NUEVA ESPAÑA),MODELO PARA ESPAÑA(NUEVO MEXICO)
Hubo una tierra habitada por pueblos enemistados a la que, para darle un nombre que los uniera, la bautizaron con el de procedencia de sus conquistadores y así, llamaron Nueva España a lo que hoy se conoce por México.
Uno imagina que, además de homenajear a los conquistadores foráneos, el nombre pretendía que los purépechas, tlaxcaltecas, aztecas o mayas nativos se transmutaran en una síntesis de sus virtudes con las de los llegados desde la lejana Europa para convertirse en españoles nuevos, en nuevos españoles.
Tanto se miraron en el espejo español que los mexicanos lograron superar el modelo: son tan fanfarrones como los españoles, a fuerza de desprendidos los superan en generosidad, son más temerarios que sus audaces conquistadores, menos laboriosos y más truhanes.
Les gusta la juerga, el cante y los toros. Han desarrollado hasta una teoría de la picaresca, esa forma de vivir que les aportaron empíricamente los españoles.
Recuerdo con creciente admiración a mi amigo Antonio Navarro Zarazúa, un reportero de “El Heraldo de México” que, en su día, elaboró una sabia “Carta de deberes y derechos del embute”.
¿Que qué es el embute, llamado también chayote? Es la gratificación que recibe el reportero asignado a la cobertura informativa de una fuente, para que mire con buenos ojos lo que vea.
Uno de los artículos de la Carta de mi amigo Antonio especificaba: “la aceptación de dicho chayote no obliga a su receptor a cumplir lo que le pida el donante del embute”.
Es lo que un sagaz diplomático mexicano me describió en vísperas de mi llegada a aquel país como “las tentaciones del establishment”. “Tentaciones”—se apresuró a tranquilizarme cuando torcí el gesto—“que no te comprometen”.
La fascinante vida mexicana está plagada de frases que definen esa civilizada forma de convencimiento de los reacios.
“No hay general capaz de resistir un cañonazo de cincuenta mil pesos”, es una de ellas y otra, tajante y digna de que la reproduzcan en letras de oro sobre un lienzo de mármol blanco es todavía más contundente: “Vivir fuera del Presupuesto es vivir en el error”.
¿Quien iba a decir a los ciudadanos de ésta España de subvenciones para todo, en la que el precio de los políticos va del traje a los diez millones de euros para la empresa en la que la hija trabaja, que los apadrinados de la Nueva España acabarían siendo nuestros padrinos?
Si la Historia admitiera rectificación y marcha atrás, la prudencia aconsejaría pensar en cambiar de nombre a esta vieja España y empezar a llamarla Nuevo México.
Aprovecharíamos y podríamos aplicar aquí la teoría de la corrupción que los mexicanos han elaborado,con la sagacidad y la sabiduría amarga de su humor.
Uno imagina que, además de homenajear a los conquistadores foráneos, el nombre pretendía que los purépechas, tlaxcaltecas, aztecas o mayas nativos se transmutaran en una síntesis de sus virtudes con las de los llegados desde la lejana Europa para convertirse en españoles nuevos, en nuevos españoles.
Tanto se miraron en el espejo español que los mexicanos lograron superar el modelo: son tan fanfarrones como los españoles, a fuerza de desprendidos los superan en generosidad, son más temerarios que sus audaces conquistadores, menos laboriosos y más truhanes.
Les gusta la juerga, el cante y los toros. Han desarrollado hasta una teoría de la picaresca, esa forma de vivir que les aportaron empíricamente los españoles.
Recuerdo con creciente admiración a mi amigo Antonio Navarro Zarazúa, un reportero de “El Heraldo de México” que, en su día, elaboró una sabia “Carta de deberes y derechos del embute”.
¿Que qué es el embute, llamado también chayote? Es la gratificación que recibe el reportero asignado a la cobertura informativa de una fuente, para que mire con buenos ojos lo que vea.
Uno de los artículos de la Carta de mi amigo Antonio especificaba: “la aceptación de dicho chayote no obliga a su receptor a cumplir lo que le pida el donante del embute”.
Es lo que un sagaz diplomático mexicano me describió en vísperas de mi llegada a aquel país como “las tentaciones del establishment”. “Tentaciones”—se apresuró a tranquilizarme cuando torcí el gesto—“que no te comprometen”.
La fascinante vida mexicana está plagada de frases que definen esa civilizada forma de convencimiento de los reacios.
“No hay general capaz de resistir un cañonazo de cincuenta mil pesos”, es una de ellas y otra, tajante y digna de que la reproduzcan en letras de oro sobre un lienzo de mármol blanco es todavía más contundente: “Vivir fuera del Presupuesto es vivir en el error”.
¿Quien iba a decir a los ciudadanos de ésta España de subvenciones para todo, en la que el precio de los políticos va del traje a los diez millones de euros para la empresa en la que la hija trabaja, que los apadrinados de la Nueva España acabarían siendo nuestros padrinos?
Si la Historia admitiera rectificación y marcha atrás, la prudencia aconsejaría pensar en cambiar de nombre a esta vieja España y empezar a llamarla Nuevo México.
Aprovecharíamos y podríamos aplicar aquí la teoría de la corrupción que los mexicanos han elaborado,con la sagacidad y la sabiduría amarga de su humor.
domingo, 21 de junio de 2009
PENITENCIA POR PECADOS AJENOS
Como los flagelantes acomplejados, los votantes norteamericanos sucumben esporádicamente a la tentación de penitenciarse.
Nadie les negaría el gusto si sus latigazos penitenciales no llagaran también las espaldas de las demás naciones del mundo, inocentes de los pecados norteamericanos.
Ya les pasó cuando, escarmentados de las fullerías de Richard Nixon—uno de los presidentes más eficaces de los Estados Unidos—eligieron al candoroso James Carter.
Hace ya 33 años de eso y, aunque los logros de Nixon perduren—desenganche del oro respecto al dólar, reconocimiento de la realidad China y fin de la guerra de Vietnam, entre otros—las consecuencias de las meteduras de pata de Carter también las sigue pagando el mundo.
No digo que sin Carter el Oriente Medio sería ahora una región sin problemas, porque no ha conocido la paz en los últimos 15.000 años, pero el conflicto que ahora la agita sería distinto.
Como todo el que escribe sus memorias, Zbigniew Brzezinsky lo hizo para exculparse y el consejero de seguridad de Carter afirma que desde la Casa Blanca estaban decididos a apoyar al Sha para que siguiera gobernando Irán, aunque no dejaban de instarlo a que dulcificara la represión contra la agitación promovida por los ayatolas, y cediera a algunas de sus demandas.
Pero lo cierto es que, en Noviembre de 1978, la Presidencia de Carter ya había llegado a la conclusión de que el Sha debería abdicar y de que al gobierno de Washington le convenía “colaborar” con Jomeini para aplacar su antinorteamericanismo.
En definitiva, que había que ceder ante el adversario para aplacarlo. Ingenuidad esa de entregar al aliado atado de pies y manos al enemigo, que no es exclusiva de Carter.
Los demás era inevitable: El Irán de los Ayatolas se hizo más incómodo que el del Sha, por lo que la mejor solución fue apoyar al enemigo sunnita de los chiitas iraníes: el dictador irakí Sadam Husein.
Lograron así los Estados Unidos tener enemigos en los dos países y, por contagio, en todo el mundo islámico.
Otra jugada maestra de aquél Carter fué facilitar que los sandinistas tomaran el poder en Nicaragua para librarse del corrupto Tacho Somoza. (“Es un hijo de puta, pero es NUESTRO hijo de puta”, decían los gringos de Tachito).
No sé si Nicaragua está ahora lo mismo, mejor o peor que tras la decisión de Carter, pero sigue mal.
No fue la de Carter la última receta con que los norteamericanos se automedicaron en los últimos 50 años. El pasado, y buscando la redención de sus pecados por haber elegido a George Bush, elevaron a la Presidencia una segunda versión cándida ,ingenua, bienintencionada y pura de político inmaculado: Barak Husein Obama.
Que Dios nos coja confesados.
Nadie les negaría el gusto si sus latigazos penitenciales no llagaran también las espaldas de las demás naciones del mundo, inocentes de los pecados norteamericanos.
Ya les pasó cuando, escarmentados de las fullerías de Richard Nixon—uno de los presidentes más eficaces de los Estados Unidos—eligieron al candoroso James Carter.
Hace ya 33 años de eso y, aunque los logros de Nixon perduren—desenganche del oro respecto al dólar, reconocimiento de la realidad China y fin de la guerra de Vietnam, entre otros—las consecuencias de las meteduras de pata de Carter también las sigue pagando el mundo.
No digo que sin Carter el Oriente Medio sería ahora una región sin problemas, porque no ha conocido la paz en los últimos 15.000 años, pero el conflicto que ahora la agita sería distinto.
Como todo el que escribe sus memorias, Zbigniew Brzezinsky lo hizo para exculparse y el consejero de seguridad de Carter afirma que desde la Casa Blanca estaban decididos a apoyar al Sha para que siguiera gobernando Irán, aunque no dejaban de instarlo a que dulcificara la represión contra la agitación promovida por los ayatolas, y cediera a algunas de sus demandas.
Pero lo cierto es que, en Noviembre de 1978, la Presidencia de Carter ya había llegado a la conclusión de que el Sha debería abdicar y de que al gobierno de Washington le convenía “colaborar” con Jomeini para aplacar su antinorteamericanismo.
En definitiva, que había que ceder ante el adversario para aplacarlo. Ingenuidad esa de entregar al aliado atado de pies y manos al enemigo, que no es exclusiva de Carter.
Los demás era inevitable: El Irán de los Ayatolas se hizo más incómodo que el del Sha, por lo que la mejor solución fue apoyar al enemigo sunnita de los chiitas iraníes: el dictador irakí Sadam Husein.
Lograron así los Estados Unidos tener enemigos en los dos países y, por contagio, en todo el mundo islámico.
Otra jugada maestra de aquél Carter fué facilitar que los sandinistas tomaran el poder en Nicaragua para librarse del corrupto Tacho Somoza. (“Es un hijo de puta, pero es NUESTRO hijo de puta”, decían los gringos de Tachito).
No sé si Nicaragua está ahora lo mismo, mejor o peor que tras la decisión de Carter, pero sigue mal.
No fue la de Carter la última receta con que los norteamericanos se automedicaron en los últimos 50 años. El pasado, y buscando la redención de sus pecados por haber elegido a George Bush, elevaron a la Presidencia una segunda versión cándida ,ingenua, bienintencionada y pura de político inmaculado: Barak Husein Obama.
Que Dios nos coja confesados.
jueves, 18 de junio de 2009
Y DECIAN QUE ZAPATERO ERA TONTO...
Que los más preclaros sabios se reunan sin perder tiempo,que entren en ebullición sus lúcidas mentes y concierten sus esfuerzos para ayudarme a salir de la ofuscación en que estoy sumido desde que he visto y oído al Presidente Rodríguez en “Las mañanas de Cuatro” explicar por qué ha subido los impuestos de gasolina y tabaco.
Pero que nadie se confunda: mi desconcierto no lo provocó el argumento del político con apellido de artesano de la lezna y la chaveta: ya estoy acostumbrado a oírle negar lo evidente, con tal desparpajo, que hasta un cazurro como yo cae en la tentación de creerlo.
Lo que esta vez me confundió fue el esfuerzo sobrehumano que la muchacha que lo entrevistaba debió realizar, sin que su rostro la traicionara, para no soltar la carcajada cuando escuchó la explicación.
Los que calificaban a Rodríguez como el presidente de gobierno más tonto que ha tenido España desde que en el siglo pasado inició este período democrático se han lucido.
Demuestra día a día que, de todos los políticos, es el más listo y el que mejor conoce a los españoles porque sabe que están dispuestos a creer lo que sus gobernantes les cuentan:
Si creyeron que Lutero era un hereje, que la Virgen no había perdido su virginidad a pesar de dar a luz a su hijo, que los tercios defendían en Flandes la ortodoxia del catolicismo, que no era el oro sino la conversión de los indios lo que impulsó la conquista de América o que la conspiración judeo masónica tenía la culpa de que no lloviera, ¿de que van a dudar?
Rodríguez, que conoce como nadie a sus paisanos, dice que ha aumentado los impuestos del tabaco no para tener más dinero que derrochar, sino para que los insensatos españoles fumen menos, y que los impuestos a los combustibles los ha subido para que los españoles ahorren energía, no para sacarle más cuartos.
Y el tío lo dijo con tal carita de bueno que ni la muchacha que lo entrevistaba soltó la carcajada ni yo, ahora que lo pienso fríamente, estoy convencido de que me estuviera tomando el pelo.
Pero que nadie se confunda: mi desconcierto no lo provocó el argumento del político con apellido de artesano de la lezna y la chaveta: ya estoy acostumbrado a oírle negar lo evidente, con tal desparpajo, que hasta un cazurro como yo cae en la tentación de creerlo.
Lo que esta vez me confundió fue el esfuerzo sobrehumano que la muchacha que lo entrevistaba debió realizar, sin que su rostro la traicionara, para no soltar la carcajada cuando escuchó la explicación.
Los que calificaban a Rodríguez como el presidente de gobierno más tonto que ha tenido España desde que en el siglo pasado inició este período democrático se han lucido.
Demuestra día a día que, de todos los políticos, es el más listo y el que mejor conoce a los españoles porque sabe que están dispuestos a creer lo que sus gobernantes les cuentan:
Si creyeron que Lutero era un hereje, que la Virgen no había perdido su virginidad a pesar de dar a luz a su hijo, que los tercios defendían en Flandes la ortodoxia del catolicismo, que no era el oro sino la conversión de los indios lo que impulsó la conquista de América o que la conspiración judeo masónica tenía la culpa de que no lloviera, ¿de que van a dudar?
Rodríguez, que conoce como nadie a sus paisanos, dice que ha aumentado los impuestos del tabaco no para tener más dinero que derrochar, sino para que los insensatos españoles fumen menos, y que los impuestos a los combustibles los ha subido para que los españoles ahorren energía, no para sacarle más cuartos.
Y el tío lo dijo con tal carita de bueno que ni la muchacha que lo entrevistaba soltó la carcajada ni yo, ahora que lo pienso fríamente, estoy convencido de que me estuviera tomando el pelo.
miércoles, 17 de junio de 2009
ABUSO DE "DEMOCRACIA"
Aunque todas las palabras tengan el mismo valor lingüístico, hay algunas pronunciadas con tono reverencial que la prudencia aconseja economizar para que su uso no las devalúe.
Es lo que está ocurriendo con “democracia” y sus derivados desde que, por obra y gracia de la muerte del Dictador, pasó de proscrita a expresión que prestigia al que la emplea.
Y tanto se usa y abusa de ella que, si la moderación no limita su derroche, acabará tan sin valor como un maravedí.
Sirve tanto para un roto como para un descosido porque, si “demócrata” es el más encumbrado elogio que pueda merecer una persona, negarle ese calificativo equivale a considerarlo el felón más ruin.
Es evidente que se considera demócrata al partidario de la democracia como sistema político de gobierno y de organización del estado.
Pero su significado de gobierno del pueblo es impreciso porque, hasta el estado más dictatorial, alardea de que es el pueblo el que gobierna, delegando en el Dictador el ejercicio del poder.
Es la democracia, pues, una aspiración y no un sistema de gobernar el Estado.
A ver quien niega la adhesión inquebrantable que una mayoría de españoles ingenuos tributaba al Caudillo, la devoción fervorosa de las masas a Hitler o la adoración reverencial que su pueblo dispensaba al “padrecito” Stalin.
Pero el régimen que hicieron a su medida esos tres dictadores dista mucho de que pueda considerarse una democracia.
Tanto en las democracias como en las dictaduras abundan los panegiristas fervorosos e interesados, que etiquetan a sus adversarios con el latiguillo de “anti” para que nadie dude de su ortodoxia oportunista.
Con qué unción abacial califican ahora de antidemócratas a sus discrepantes quienes se proclaman apóstoles de la nueva ortodoxia.
No lo hacen porque en su corazón abunde su amor a la democracia, sino porque presumen de lo que carecen.
Es una nueva forma del rancio “maricón el último”: te tacho de antidemócrata para evitar que pongas en duda mi comportamiento democrático.
No es más que argucia de engañabobos, triquiñuela en esta nueva feria de los discretos aprovechados, variante de la picaresca del Buscón o el Lazarillo, sin la gracia de los clásicos.
A los que intentan silenciar llamando antidemócratas a los que discrepan de sus opiniones les faltan argumentos y les sobra malaúva . Quien no los conozca, que los compre.
Es lo que está ocurriendo con “democracia” y sus derivados desde que, por obra y gracia de la muerte del Dictador, pasó de proscrita a expresión que prestigia al que la emplea.
Y tanto se usa y abusa de ella que, si la moderación no limita su derroche, acabará tan sin valor como un maravedí.
Sirve tanto para un roto como para un descosido porque, si “demócrata” es el más encumbrado elogio que pueda merecer una persona, negarle ese calificativo equivale a considerarlo el felón más ruin.
Es evidente que se considera demócrata al partidario de la democracia como sistema político de gobierno y de organización del estado.
Pero su significado de gobierno del pueblo es impreciso porque, hasta el estado más dictatorial, alardea de que es el pueblo el que gobierna, delegando en el Dictador el ejercicio del poder.
Es la democracia, pues, una aspiración y no un sistema de gobernar el Estado.
A ver quien niega la adhesión inquebrantable que una mayoría de españoles ingenuos tributaba al Caudillo, la devoción fervorosa de las masas a Hitler o la adoración reverencial que su pueblo dispensaba al “padrecito” Stalin.
Pero el régimen que hicieron a su medida esos tres dictadores dista mucho de que pueda considerarse una democracia.
Tanto en las democracias como en las dictaduras abundan los panegiristas fervorosos e interesados, que etiquetan a sus adversarios con el latiguillo de “anti” para que nadie dude de su ortodoxia oportunista.
Con qué unción abacial califican ahora de antidemócratas a sus discrepantes quienes se proclaman apóstoles de la nueva ortodoxia.
No lo hacen porque en su corazón abunde su amor a la democracia, sino porque presumen de lo que carecen.
Es una nueva forma del rancio “maricón el último”: te tacho de antidemócrata para evitar que pongas en duda mi comportamiento democrático.
No es más que argucia de engañabobos, triquiñuela en esta nueva feria de los discretos aprovechados, variante de la picaresca del Buscón o el Lazarillo, sin la gracia de los clásicos.
A los que intentan silenciar llamando antidemócratas a los que discrepan de sus opiniones les faltan argumentos y les sobra malaúva . Quien no los conozca, que los compre.
martes, 16 de junio de 2009
ENVIDIA DE PORTUGAL
Si alguien quiere convencerse de que importa más aceptar lo que se es que alardear de lo que se tiene, que vaya a Portugal y hable con sus habitantes.
Por cortesía elemental, que intente hacerlo en portugués aunque, si le fuera imposible, que no se preocupe: los portugueses están acostumbrados a esforzarse en entender al visitante, si el visitante es incapaz de hacerse entender.
Después de siete días entre gente modesta, amable y orgullosa se vuelve a España envidiando la sabiduría de los que han sabido conservar lo que son, sin caer en la tentación de cambiarlo por lo que no tienen.
El viajero, que durante la década que vivió en Portugal aprendió a respetar el país y admirar a sus habitantes, se siente como en casa cada vez que regresa.
Los días que pasa entre portugueses, se vuelve parlanchín y comunicativo, como si quisiera que se percataran de que no todos los españoles son nuevos ricos que regatean a voces el precio de las baratijas que arrasan en la Boca do Inferno.
Llegó a Lisboa el viajero la noche del diez de Junio, Día de Portugal .Sorprendente unanimidad en los comentario de las emisoras, porque todos coincidían en cantar los descubrimientos portugueses.
A nadie se le ocurría mencionar que el tráfico de esclavos fue la más lucrativa actividad ultramarina ni que ese mismo Diez de Junio era la Fiesta de la Raza de los dictadores Salazar y Marcelo Caetano.
Le pareció admirable el cuidado del centro urbano de Aveiro—un empleado de la limpieza empujaba un carrito en el que su compañero iba echando a mano las hojas de árboles caídas en la calzada—, el mimo de los empleados de la Tapada de Mafra con los ciervos y jabalíes del parque, cuya proclamada condición agreste no engañaba a nadie, o el agrado del servicio del restaurante de Mealhada especializado en lechón.
Las comparaciones puede que sean odiosas, pero son inevitables: si los portugueses, con 22.000 euros de ingreso per cápita parecen razonablemente satisfechos, ¿por qué los españoles, con 34.000, están siempre al borde de un ataque de nervios?
Sospecho que algo tiene que ver que los portugueses hayan sabido reconciliarse con su pasado y los españoles no, auque en la historia de los dos pueblos se cuenten largas dictaduras, pasados épicos y una larga tradición de empleo de la religión como herramienta de control social, para apaciguar la insatisfacción del pueblo.
Además de la religión, el poder portugués manejó el miedo reverencial a Castilla para frenar el descontento popular y, aunque la represión de su dictadura fuera menos sanguinaria que la española, las largas guerras coloniales estigmatizaron a una generación de portugueses.
Los portugueses han logrado relegar a su historia como pueblo los sinsabores de la Historia y aceptan su modesto presente sin invocar a los fantasmas de su pasado. Para envidiarlos.
Por cortesía elemental, que intente hacerlo en portugués aunque, si le fuera imposible, que no se preocupe: los portugueses están acostumbrados a esforzarse en entender al visitante, si el visitante es incapaz de hacerse entender.
Después de siete días entre gente modesta, amable y orgullosa se vuelve a España envidiando la sabiduría de los que han sabido conservar lo que son, sin caer en la tentación de cambiarlo por lo que no tienen.
El viajero, que durante la década que vivió en Portugal aprendió a respetar el país y admirar a sus habitantes, se siente como en casa cada vez que regresa.
Los días que pasa entre portugueses, se vuelve parlanchín y comunicativo, como si quisiera que se percataran de que no todos los españoles son nuevos ricos que regatean a voces el precio de las baratijas que arrasan en la Boca do Inferno.
Llegó a Lisboa el viajero la noche del diez de Junio, Día de Portugal .Sorprendente unanimidad en los comentario de las emisoras, porque todos coincidían en cantar los descubrimientos portugueses.
A nadie se le ocurría mencionar que el tráfico de esclavos fue la más lucrativa actividad ultramarina ni que ese mismo Diez de Junio era la Fiesta de la Raza de los dictadores Salazar y Marcelo Caetano.
Le pareció admirable el cuidado del centro urbano de Aveiro—un empleado de la limpieza empujaba un carrito en el que su compañero iba echando a mano las hojas de árboles caídas en la calzada—, el mimo de los empleados de la Tapada de Mafra con los ciervos y jabalíes del parque, cuya proclamada condición agreste no engañaba a nadie, o el agrado del servicio del restaurante de Mealhada especializado en lechón.
Las comparaciones puede que sean odiosas, pero son inevitables: si los portugueses, con 22.000 euros de ingreso per cápita parecen razonablemente satisfechos, ¿por qué los españoles, con 34.000, están siempre al borde de un ataque de nervios?
Sospecho que algo tiene que ver que los portugueses hayan sabido reconciliarse con su pasado y los españoles no, auque en la historia de los dos pueblos se cuenten largas dictaduras, pasados épicos y una larga tradición de empleo de la religión como herramienta de control social, para apaciguar la insatisfacción del pueblo.
Además de la religión, el poder portugués manejó el miedo reverencial a Castilla para frenar el descontento popular y, aunque la represión de su dictadura fuera menos sanguinaria que la española, las largas guerras coloniales estigmatizaron a una generación de portugueses.
Los portugueses han logrado relegar a su historia como pueblo los sinsabores de la Historia y aceptan su modesto presente sin invocar a los fantasmas de su pasado. Para envidiarlos.
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