Este Zapatero con el que los españoles se autoflagelan para expiar la remota devoción a Franco y su más reciente apoyo al Franco de guardarropía que era Aznar, sabe que puede repetir sus trucos mientras el público de su espectáculo de prestidigitación se empeñe en tener los ojos cerrados.
La técnica es repetitiva: poner un tapón en las orejas para acallar el ruido, bajar la fiebre para ocultar la infección que la provoca o subsidiar al parado para que se olvide de la crisis que lo dejó sin trabajo.
Pero el estrépito es cada vez mayor, la infección más virulenta y los recursos para los subsidios cada vez más escasos.
A los que le han aconsejado tratamientos para la crisis que ataquen el mal en vez de los síntomas, Zapatero los había ignorado. Hasta ahora.
Porque, después de comprobar que el subsidio adicional de 420 euros mensuales a los parados que han agotado el período de subsidio a que tenían derecho no alcanza a todos los que siguen si encontrar trabajo, se ha resignado a consultar con otros el paso siguiente.
Claro que, como todo, esa consulta también parece lo que no es porque si el asesoramiento que ha decidido buscar es el de los sindicatos, va a ser como si hablara consigo mismo porque los líderes sindicales son trasunto de Zapatero, como Zapatero lo es de Ignacio Fernández Toxo y de Cándido Mendez.
Sabe Zapatero que, si dice a los dos sindicalistas que ha visto un burro volando, se limitarán a confirmarle que volaba a tres mil metros de altura.
Solo faltaba averiguar de donde sacará Zapatero el dinero adicional para pagar los subsidios adicionales.
Lo mismo que Dios habló a través de la burra de Balán, el presidente del gobierno lo ha hecho por la de su ministro de Fomento, Don José Blanco: el dinero para los que no lo tienen lo sacará el gobierno de los que tienen demasiado.
Es decir, de más impuestos. Por supuesto, el gobierno seguirá empleando el dinero que hace tanta falta en España para fomentar la mariconería en Zimbabue y en viajes de turismo caro de María Teresa para que pase con garbo sus modelos exclusivos por las pasarelas del mundo.
jueves, 20 de agosto de 2009
martes, 18 de agosto de 2009
TRINIDAD NO NOS DEJA
Si al diagnosticar que la sociedad española está madura hubiera querido decir que ha alcanzado la sensatez que hace innecesario que la guíen, estaríamos de enhorabuena.
Pero cuando Trinidad Jiménez dijo lo que dijo pensaba que la sociedad española ha alcanzado ya el punto de sazón que aconseja devorarla antes de que, como la fruta madura, se pase de punto.
Ay, Trinidad de mis pecados, con lo bien que estabas recuperando para España los reinos perdidos de América, te tuvieron que repatriar para que nos anuncies que nos dejas sin fumar.
Tu partido, al que no le gusta el ciudadano como es y se empeña en cambiarlo, te ha designado para que aprietes más la tuerca y nos transformes en lo que queréis que seamos, impidiéndonos seguir siendo lo que somos.
No hay mal que por bien no venga porque, a fuerza de prohibiciones, os estáis quitando la careta con que los de izquierdas se disfrazaron para hacerse pasar por paladines de la Libertad.
Porque, sagaz, hermosa, sensual, honesta y lúcida Trinidad, no ignoras que cada prohibición es una mutilación de la libertad y que, si los socialistas continuáis el frenesí prohibicionista y transformador de los españoles que tan esforzadamente habéis emprendido, no vais a dejarnos más que una libertad: la de votar.
Y hasta esa libertad, que algunos nos empeñamos en no ejercer, es condicional porque por presión, soborno o inducción, canalizáis las papeletas a la urna socialista, privando al sufragio de lo indispensable para que sea moralmente válido: la libertad.
Y, ¿sabes Trinidad lo peor? Que los que habéis combatido con tanta brillantez dialéctica las contradicciones del capitalismo y de la superstición estáis demostrando que os habéis contaminado de sus vicios.
Acuérdate cuando culpabais a la Iglesia Católica de empeñarse en que fuéramos al cielo pese al derecho de cada uno de ir voluntariamene al infierno.
Tú te empecinas en que los que conscientemente arriesgamos nuestra salud fumando, dejemos de fumar.
Como lo curas que prohibían el fornicio a los que tenían la oportunidad de fornicar, aunque al hacerlo supieran que cambiaban un instante de placer terrenal por el tormento eterno en el Más Allá.
Pero cuando Trinidad Jiménez dijo lo que dijo pensaba que la sociedad española ha alcanzado ya el punto de sazón que aconseja devorarla antes de que, como la fruta madura, se pase de punto.
Ay, Trinidad de mis pecados, con lo bien que estabas recuperando para España los reinos perdidos de América, te tuvieron que repatriar para que nos anuncies que nos dejas sin fumar.
Tu partido, al que no le gusta el ciudadano como es y se empeña en cambiarlo, te ha designado para que aprietes más la tuerca y nos transformes en lo que queréis que seamos, impidiéndonos seguir siendo lo que somos.
No hay mal que por bien no venga porque, a fuerza de prohibiciones, os estáis quitando la careta con que los de izquierdas se disfrazaron para hacerse pasar por paladines de la Libertad.
Porque, sagaz, hermosa, sensual, honesta y lúcida Trinidad, no ignoras que cada prohibición es una mutilación de la libertad y que, si los socialistas continuáis el frenesí prohibicionista y transformador de los españoles que tan esforzadamente habéis emprendido, no vais a dejarnos más que una libertad: la de votar.
Y hasta esa libertad, que algunos nos empeñamos en no ejercer, es condicional porque por presión, soborno o inducción, canalizáis las papeletas a la urna socialista, privando al sufragio de lo indispensable para que sea moralmente válido: la libertad.
Y, ¿sabes Trinidad lo peor? Que los que habéis combatido con tanta brillantez dialéctica las contradicciones del capitalismo y de la superstición estáis demostrando que os habéis contaminado de sus vicios.
Acuérdate cuando culpabais a la Iglesia Católica de empeñarse en que fuéramos al cielo pese al derecho de cada uno de ir voluntariamene al infierno.
Tú te empecinas en que los que conscientemente arriesgamos nuestra salud fumando, dejemos de fumar.
Como lo curas que prohibían el fornicio a los que tenían la oportunidad de fornicar, aunque al hacerlo supieran que cambiaban un instante de placer terrenal por el tormento eterno en el Más Allá.
lunes, 17 de agosto de 2009
ESPAÑA: UNA DEMOCRACIA EFICAZ
Las dificultades imprevistas a las que se enfrentan a veces los países ponen a prueba la eficacia de sus instituciones estatales.
La muerte del Caudillo solo confirmó lo que desde hacía años era evidente: que las instituciones con que se había acorazado la dictadura habían perdido su eficacia para perpetuarla.
La feroz crisis económica que desde hace dos años afecta al país ha puesto en evidencia, por el contrario, la solidez y eficacia del sistema democrático español.
A quienes crean lo contrario los influye su aspiración a la excelencia, que los induce a descalificar lo que es bueno porque podría ser mejor.
Durante la crisis, los partidos políticos han cumplido cabalmente la función que de ellos se esperaba: el socialista respaldó con lealtad al gobierno y el popular lo criticó para que los ciudadanos supieran que, si el gobierno fallara, había alternativas posibles a su política.
Funcionaron a la perfección, además del Parlamentario y el Ejecutivo, el Poder judicial, que ha velado celosamente por el cumplimiento de la legalidad en períodos de crisis y tribulación.
Los sindicatos aportaron su encomiable moderación y evitaron soliviantar a los trabajadores con demandas exacerbadas.
Tan congruentes con su ideología han sido los socialistas como los populares: los primeros comprometieron todos los recursos del Estado, al que consideran herramienta para transformar la sociedad, a cambio de tutelarla y controlarla desde el Estado.
Recurrieron por eso a subsidiar directamente a los parados, que seguramente lo recordarán al votar.
Los segundos proponían aligerar el lastre fiscal de las empresas para agilizar su capacidad de generar empleo.
Han actuado los dos partidos acordes a las filosofías que los inspiran, porque la izquierda aprovecha todas las oportunidades para modelar a la sociedad a imagen del partido, mientras que la derecha solo pretende administrar con eficacia los recursos del Estado.
La izquierda usa la capacidad legislativa del Estado para transformar la sociedad. La derecha, para que las leyes acompasen la transformación que la sociedad experimenta espontáneamente en su evolución natural.
La derecha, menos ambiciosa, se limita a satisfacer las demandas de los individuos que integran la sociedad, sin orientar su comportamiento,como la izquierda se cree obligada a hacer.
Hasta en ese aspecto son coherentes con su ideología los partidos españoles: el presidente Zapatero impulsa una nueva educación para la ciudadanía, agiliza el divorcio, facilita el aborto, transfiere al Estado la tutela paterna, estimula la homosexualidad, acelera la liquidación de la familia tradicional y combate el endémico sentimiento religioso.
Por su ideología, el Partido Popular se conforma con ser árbitro neutral en los conflictos que enfrenten a sectores discrepantes de la sociedad.
Esta crisis económica ya casi vencida ha demostrado la eficacia de las instituciones del Estado, prudentemente ideadas en la Transición Democrática.
La muerte del Caudillo solo confirmó lo que desde hacía años era evidente: que las instituciones con que se había acorazado la dictadura habían perdido su eficacia para perpetuarla.
La feroz crisis económica que desde hace dos años afecta al país ha puesto en evidencia, por el contrario, la solidez y eficacia del sistema democrático español.
A quienes crean lo contrario los influye su aspiración a la excelencia, que los induce a descalificar lo que es bueno porque podría ser mejor.
Durante la crisis, los partidos políticos han cumplido cabalmente la función que de ellos se esperaba: el socialista respaldó con lealtad al gobierno y el popular lo criticó para que los ciudadanos supieran que, si el gobierno fallara, había alternativas posibles a su política.
Funcionaron a la perfección, además del Parlamentario y el Ejecutivo, el Poder judicial, que ha velado celosamente por el cumplimiento de la legalidad en períodos de crisis y tribulación.
Los sindicatos aportaron su encomiable moderación y evitaron soliviantar a los trabajadores con demandas exacerbadas.
Tan congruentes con su ideología han sido los socialistas como los populares: los primeros comprometieron todos los recursos del Estado, al que consideran herramienta para transformar la sociedad, a cambio de tutelarla y controlarla desde el Estado.
Recurrieron por eso a subsidiar directamente a los parados, que seguramente lo recordarán al votar.
Los segundos proponían aligerar el lastre fiscal de las empresas para agilizar su capacidad de generar empleo.
Han actuado los dos partidos acordes a las filosofías que los inspiran, porque la izquierda aprovecha todas las oportunidades para modelar a la sociedad a imagen del partido, mientras que la derecha solo pretende administrar con eficacia los recursos del Estado.
La izquierda usa la capacidad legislativa del Estado para transformar la sociedad. La derecha, para que las leyes acompasen la transformación que la sociedad experimenta espontáneamente en su evolución natural.
La derecha, menos ambiciosa, se limita a satisfacer las demandas de los individuos que integran la sociedad, sin orientar su comportamiento,como la izquierda se cree obligada a hacer.
Hasta en ese aspecto son coherentes con su ideología los partidos españoles: el presidente Zapatero impulsa una nueva educación para la ciudadanía, agiliza el divorcio, facilita el aborto, transfiere al Estado la tutela paterna, estimula la homosexualidad, acelera la liquidación de la familia tradicional y combate el endémico sentimiento religioso.
Por su ideología, el Partido Popular se conforma con ser árbitro neutral en los conflictos que enfrenten a sectores discrepantes de la sociedad.
Esta crisis económica ya casi vencida ha demostrado la eficacia de las instituciones del Estado, prudentemente ideadas en la Transición Democrática.
viernes, 14 de agosto de 2009
ROMANCE DEL ZAPATERO
No es cabal llamar calzado
a lo que solo zapato
debería bien llamarse
hasta que lo calce el pié
del cliente que lo ha pagado.
El zapato solía hacerlo
un concienzudo artesano
en taller que olía a cuero
y en cuyas blancas paredes
cantaba siempre un canario
enjaulado entre carteles
de Manolete o Cagancho.
Zapato que el zapatero
no corte chaveta en mano,
ni use lezna al puntearlo,
no unte cerote al cáñamo,
ni lo encaje en una horma
para que quede ahormado,
más que zapato es engaño.
Un zapatero, que nunca
en su trabajo ha logrado
que el cliente quede contento
cuando su pié ha calzado
lo que pagó a quien creía
que era un honesto artesano,
es un pillo, un sinvergüenza
que mete la pata, el cazo,
y tima al cliente, que paga
para meter bien su pié
en un zapato apropiado.
a lo que solo zapato
debería bien llamarse
hasta que lo calce el pié
del cliente que lo ha pagado.
El zapato solía hacerlo
un concienzudo artesano
en taller que olía a cuero
y en cuyas blancas paredes
cantaba siempre un canario
enjaulado entre carteles
de Manolete o Cagancho.
Zapato que el zapatero
no corte chaveta en mano,
ni use lezna al puntearlo,
no unte cerote al cáñamo,
ni lo encaje en una horma
para que quede ahormado,
más que zapato es engaño.
Un zapatero, que nunca
en su trabajo ha logrado
que el cliente quede contento
cuando su pié ha calzado
lo que pagó a quien creía
que era un honesto artesano,
es un pillo, un sinvergüenza
que mete la pata, el cazo,
y tima al cliente, que paga
para meter bien su pié
en un zapato apropiado.
miércoles, 12 de agosto de 2009
INEPTOS MARRULLEROS / INEPTOS LELOS
d) Recoger los efectos, instrumentos y pruebas del delito, a fin de ponerlos a la orden de la autoridad judicial (artículo 4 de la Ley de Funciones de la Policía Nacional en materia de auxilio judicial)
Si el gobierno que prohíja El País ignora que corresponde a la policía la aportación de pruebas en un procedimiento judicial, malo. Si lo sabe, peor.
Quien parece estar en la inopia, como casi siempre en casi todo, es el Partido Popular al que El País, el gobierno que apadrina y su partido socialista exigen que presente pruebas de que es víctima de filtraciones interesadas y de espionaje telefónico.
No es capaz de ejercer la oposición política al Gobierno, como le corresponde, y quieren que el Partido Popular ejerza de Policía Judicial, que no le incumbe.
A Rajoy, Cospedal, Arenas y otros personeros del PP les viene tan ancha la función opositora que parecen desconcertados: en lugar de exigir responsabilidades y controlar al gobierno, se resignan a que el gobierno los controle y les exija responsabilidades.
El 24 de Julio el Partido Popular aportó en su denuncia cinco titulares del periódico El País y una grabación de la cadena SER para apoyar su denuncia de violación del secreto sumarial que, más que indiciarias, podrían admitirse como pruebas documentales.
Es evidente que Zapatero, Rubalcaba, Blanco y otros socialistas lo saben y los medios del Grupo de Presión Política PRISA también, pero como les consta que la capacidad dialéctica del PP y sus afines es nula, acorralan al Partido Popular exigiéndoles que presente pruebas de su acusación, que le corresponde aportar a la Policía Judicial.
Si no sabe ni defenderse, ¿cómo va a defender este partido popular de Rajoy los intereses de España?
Más que demostrado tiene el Partido Socialista que, por mala gestión política, económica, social y diplomática se ha ganado de sobras pasar a la oposición pero el Partido popular no se ha ganado desplazarlo.
A los españoles que sucumben a la tentación de votar les corresponde decidir quienes gobernarían España menos mal: los ineptos marrulleros o los lelos ineptos porque, si entre bobos anda el juego,quien sabe si es virtud la pillería.
Si el gobierno que prohíja El País ignora que corresponde a la policía la aportación de pruebas en un procedimiento judicial, malo. Si lo sabe, peor.
Quien parece estar en la inopia, como casi siempre en casi todo, es el Partido Popular al que El País, el gobierno que apadrina y su partido socialista exigen que presente pruebas de que es víctima de filtraciones interesadas y de espionaje telefónico.
No es capaz de ejercer la oposición política al Gobierno, como le corresponde, y quieren que el Partido Popular ejerza de Policía Judicial, que no le incumbe.
A Rajoy, Cospedal, Arenas y otros personeros del PP les viene tan ancha la función opositora que parecen desconcertados: en lugar de exigir responsabilidades y controlar al gobierno, se resignan a que el gobierno los controle y les exija responsabilidades.
El 24 de Julio el Partido Popular aportó en su denuncia cinco titulares del periódico El País y una grabación de la cadena SER para apoyar su denuncia de violación del secreto sumarial que, más que indiciarias, podrían admitirse como pruebas documentales.
Es evidente que Zapatero, Rubalcaba, Blanco y otros socialistas lo saben y los medios del Grupo de Presión Política PRISA también, pero como les consta que la capacidad dialéctica del PP y sus afines es nula, acorralan al Partido Popular exigiéndoles que presente pruebas de su acusación, que le corresponde aportar a la Policía Judicial.
Si no sabe ni defenderse, ¿cómo va a defender este partido popular de Rajoy los intereses de España?
Más que demostrado tiene el Partido Socialista que, por mala gestión política, económica, social y diplomática se ha ganado de sobras pasar a la oposición pero el Partido popular no se ha ganado desplazarlo.
A los españoles que sucumben a la tentación de votar les corresponde decidir quienes gobernarían España menos mal: los ineptos marrulleros o los lelos ineptos porque, si entre bobos anda el juego,quien sabe si es virtud la pillería.
martes, 11 de agosto de 2009
DISGUSTADO ESTA RAJOY
Si hubiera seguido impasible ante el acoso que su Partido Popular dice que sufre por parte del Gobierno y del Partido Socialista, Mariano Rajoy no hubiera desencadenado el cataclismo que estremece a España.
No fue la esperada ratificación de las denuncias de María Dolores de Cospedal y de Federico Trillo las que han provocado el terremoto, sino la conclusión final de la filípica de Rajoy en Pontevedra: “…y tienen que saber que eso no me gusta”
Se buscan disculpas a ese exceso verbal del Presidente del Partido Popular y la única plausible es su temperamento mercurial que, sin transición, pasa de la abulia al arrebato.
El disgusto de Rajoy ha desconcertado a los votantes socialistas porque confiaban en que la televisada detención de dirigentes populares, el espionaje telefónico a representantes electos de la oposición o las instrucciones a la Fiscalía para que recurra una sentencia favorable al valenciano Camps agradarían al Presidente del Partido Popular.
Los militantes y votantes del PP también están conmocionados porque la ira que trasciende del disgusto de Rajoy podría indicar que ha puesto pié en pared y está dispuesto a pelear por arrebatar el gobierno a los socialistas.
El “tienen que saber que eso no me gusta” de Rajoy suena a turbadora amenaza porque, ¿y si el disgusto implica que se acabó la era feliz en la que dejó el Partido en manos de segundones que hacían la vista gorda a los chanchullos?
Todos parecen coincidir, después de oírlo, en que hubiera sido mejor que Rajoy hubiera seguido como una esfinge porque su mutismo roto en Pontevedra ha sacudido las conciencias de toda la población, mientras que su silencio extrañaba solo a los votantes de su partido.
Ese manifiesto disgusto convierte en profunda crisis de conciencia lo que, hasta que habló Rajoy, era una vulgar trifulca política coyuntural.
Lo que no le guste a un hombre bueno, como el Presidente del Partido Popular, conmueve a todos los españoles, sean de derechas, de izquierdas o ambidextros.
Hay que buscar responsables de su sosiego perdido.
¿Quién es el culpable de que se haya alterado la paz de sus vacaciones?
¿Qué derecho tiene el gobierno a hacer lo que disgusta a Rajoy?
¿Ha encontrado Zapatero a alguien del PP que le preocupe menos que Rajoy?
Si hace lo que el gobierno quiere, ¿por qué enoja el PSOE a Rajoy?
Es inaplazable la convocatoria de un selecto panel de tertulianos y comentaristas que respondan satisfactoriamente a éstas inquietantes cuestiones.
No fue la esperada ratificación de las denuncias de María Dolores de Cospedal y de Federico Trillo las que han provocado el terremoto, sino la conclusión final de la filípica de Rajoy en Pontevedra: “…y tienen que saber que eso no me gusta”
Se buscan disculpas a ese exceso verbal del Presidente del Partido Popular y la única plausible es su temperamento mercurial que, sin transición, pasa de la abulia al arrebato.
El disgusto de Rajoy ha desconcertado a los votantes socialistas porque confiaban en que la televisada detención de dirigentes populares, el espionaje telefónico a representantes electos de la oposición o las instrucciones a la Fiscalía para que recurra una sentencia favorable al valenciano Camps agradarían al Presidente del Partido Popular.
Los militantes y votantes del PP también están conmocionados porque la ira que trasciende del disgusto de Rajoy podría indicar que ha puesto pié en pared y está dispuesto a pelear por arrebatar el gobierno a los socialistas.
El “tienen que saber que eso no me gusta” de Rajoy suena a turbadora amenaza porque, ¿y si el disgusto implica que se acabó la era feliz en la que dejó el Partido en manos de segundones que hacían la vista gorda a los chanchullos?
Todos parecen coincidir, después de oírlo, en que hubiera sido mejor que Rajoy hubiera seguido como una esfinge porque su mutismo roto en Pontevedra ha sacudido las conciencias de toda la población, mientras que su silencio extrañaba solo a los votantes de su partido.
Ese manifiesto disgusto convierte en profunda crisis de conciencia lo que, hasta que habló Rajoy, era una vulgar trifulca política coyuntural.
Lo que no le guste a un hombre bueno, como el Presidente del Partido Popular, conmueve a todos los españoles, sean de derechas, de izquierdas o ambidextros.
Hay que buscar responsables de su sosiego perdido.
¿Quién es el culpable de que se haya alterado la paz de sus vacaciones?
¿Qué derecho tiene el gobierno a hacer lo que disgusta a Rajoy?
¿Ha encontrado Zapatero a alguien del PP que le preocupe menos que Rajoy?
Si hace lo que el gobierno quiere, ¿por qué enoja el PSOE a Rajoy?
Es inaplazable la convocatoria de un selecto panel de tertulianos y comentaristas que respondan satisfactoriamente a éstas inquietantes cuestiones.
lunes, 10 de agosto de 2009
RAJOY EL IMPASIBLE
El día que le llevé a su hotel de Caracas los Ducados que me había pedido, el todavía gobernante en ciernes se lamentó de que había llegado demasiado joven a la antesala del poder.
Eran los tiempos en que, por los quehaceres de mi oficio, frecuentaba a los políticos y era depositario de alguna de sus confidencias.
Le relaté en aquella ocasión al que todavía no había llegado al poder que días antes en Quito, donde habíamos coincidido en la toma de posesión de Jaime Roldós, Adolfo Suárez, hablando de sus muchos compromisos en aquel viaje, me agarró el brazo, apretó y dijo: ”estoy agotado, ¡pero cómo disfruto!”.
Al que años después sucedería a Suárez le recordé el axioma norteamericano de que, para alcanzar el poder, no basta con desearlo sino que hay demostrar que se desea.
No sé si a Mariano Rajoy lo tienta el poder de la presidencia del gobierno de España. Si de verdad aspira a conseguirlo, disimula muy bien o no cree que alcanzarlo merezca el esfuerzo de arrebatárselo a quien lo tiene.
Si hubiera llegado al cargo por herencia de José María Aznar, algunos creen que podría haber sido un buen Presidente. Lo dudo porque su condición pastueña, que le estorba para ganar el puesto con su esfuerzo, le hubiera impedido desempeñarlo con su ingenio.
La elección de Rajoy fue uno más de la larga cadena de errores de la segunda presidencia de Aznar.
La ambición de poder que llevó a la Presidencia del gobierno a mi interlocutor de Caracas se agotó en los primeros cuatro años de su largo gobierno, tan fructíferos que pasarán a la historia de la política española.
Después debió desencantarse y siguió gobernando, aunque no mandando, por inercia.
A Rajoy, el desencanto parece que le ha afectado antes de alcanzar el poder.
Quizá por eso, como un Pantocrátor impasible, pasa estos días estivales leyendo novelas en los chiringuitos, mientras sus huestes se baten en retirada frente a la acometida de sus adversarios.
Con tanto a su favor para ser Presidente—la crisis pertinaz, el paro creciente, el acoso inmisericorde al partido popular simultaneado con el trato de guante blanco a los socialistas y el derroche manirroto —Rajoy no hace nada ni se merece ser presidente del gobierno.
Si, a pesar de eso, los socialistas perdieran las elecciones y Mariano Rajoy llegara al poder, será el primero que lo consiga gracias a su habilidad de quedarse impertérrito ante las demandas de que actúe.
Eran los tiempos en que, por los quehaceres de mi oficio, frecuentaba a los políticos y era depositario de alguna de sus confidencias.
Le relaté en aquella ocasión al que todavía no había llegado al poder que días antes en Quito, donde habíamos coincidido en la toma de posesión de Jaime Roldós, Adolfo Suárez, hablando de sus muchos compromisos en aquel viaje, me agarró el brazo, apretó y dijo: ”estoy agotado, ¡pero cómo disfruto!”.
Al que años después sucedería a Suárez le recordé el axioma norteamericano de que, para alcanzar el poder, no basta con desearlo sino que hay demostrar que se desea.
No sé si a Mariano Rajoy lo tienta el poder de la presidencia del gobierno de España. Si de verdad aspira a conseguirlo, disimula muy bien o no cree que alcanzarlo merezca el esfuerzo de arrebatárselo a quien lo tiene.
Si hubiera llegado al cargo por herencia de José María Aznar, algunos creen que podría haber sido un buen Presidente. Lo dudo porque su condición pastueña, que le estorba para ganar el puesto con su esfuerzo, le hubiera impedido desempeñarlo con su ingenio.
La elección de Rajoy fue uno más de la larga cadena de errores de la segunda presidencia de Aznar.
La ambición de poder que llevó a la Presidencia del gobierno a mi interlocutor de Caracas se agotó en los primeros cuatro años de su largo gobierno, tan fructíferos que pasarán a la historia de la política española.
Después debió desencantarse y siguió gobernando, aunque no mandando, por inercia.
A Rajoy, el desencanto parece que le ha afectado antes de alcanzar el poder.
Quizá por eso, como un Pantocrátor impasible, pasa estos días estivales leyendo novelas en los chiringuitos, mientras sus huestes se baten en retirada frente a la acometida de sus adversarios.
Con tanto a su favor para ser Presidente—la crisis pertinaz, el paro creciente, el acoso inmisericorde al partido popular simultaneado con el trato de guante blanco a los socialistas y el derroche manirroto —Rajoy no hace nada ni se merece ser presidente del gobierno.
Si, a pesar de eso, los socialistas perdieran las elecciones y Mariano Rajoy llegara al poder, será el primero que lo consiga gracias a su habilidad de quedarse impertérrito ante las demandas de que actúe.
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